Durante su larga vida laboral, Margarita había tenido muchas satisfacciones
y seguramente algún que otro
disgusto.
La llenaba
su trabajo.
Cada mañana se preparaba para intentar instruir a sus “pequeños diablillos”, así
la
gustaba nombrarlos.
Hizo intentos para formar una familia, sin embargo,
una
acusada falta de
interés
con sus noviazgos, le fueron ocasionando rotundos
fracasos.
Aunque llevaba dos años jubilada, seguía en contacto con la escuela,
ofreciendo su tiempo libre como
voluntaria en numerosas
actividades.
Un domingo de Abril, mientras ojeaba el periódico, reparó en un anuncio,
que pedía hogares de
acogida para
niños saharianos. No dudó en
apuntarse.
Aina era una niña dulce, prudente, tímida y a la
vez muy despierta. Había nacido en una tierra con
demasiadas carencias, lo que obligaba a sus habitantes a valorar y disfrutar lo poco que poseían. El
respeto y la ayuda
nacían con cada ser y se llevaban como una túnica que los vestía hasta el fin de sus días. Aina era observadora, desde muy pequeña había visto a los
chicos mayores irse en verano y regresar con muchos
regalos. En la escuela
hablaban de la cantidad de cosas que tenían en los hogares del extranjero y lo fácil
que
parecía conseguir cualquier objeto. A veces,
ella intentaba
imaginarlos, pero no
era capaz.
Ahora ya tenía nueve años y todas las noches rezaba para que fuera ella
una
de las elegidas
para el viaje.
El destino quiso
que este verano Margarita y Aina se encontraran.
ROSA
ROSARUM.
Espero que el destino les deparara mucha felicidad a Margarita y Aina. Suerte.
ResponderEliminarUna historia muy tierna Rosa... Suerte
ResponderEliminarLos sueños son eso: sueños. A veces se cumplen...
ResponderEliminarUna realidad en la que apenas reparamos, ésas niñas y niños merecen más que ser elegidos.
ResponderEliminarSuerte.
Me ha gustado, aquí en Huesca también hay un grupo de acogida de niñas saharahuies que vienen todos los veranos y se llevan dinero y regalos a sus tiendas.
ResponderEliminarMucha suerte para esos sueños.
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