Las dos la
oímos caer, tras un ligero tambaleo perdió el equilibrio. Se derramó con prisa
el líquido sobre la piedra. Fue un accidente, un movimiento brusco, un manotazo
perdido en un arrebato de pasión encontrado. Surgió sin querer, entre tímidos
abrazos sobre una losa dura y poco amorosa que ansiaba ser banco, quizá lecho.
El bronco
ruido les interrumpió los cariños, captó su atención y las obligó a taparse la
boca para apagar un pequeño chillido, ahogándolo. Peligraba el secreto de su deseo.
El líquido
huyó del cristal con una alegría trepidante, se deslizó por el estrecho cuello
como si de un tobogán se tratara, hasta la penúltima gota besó la piedra con la
intención de empaparla.
Las dos se
rieron con gracia, se miraron y siguieron riendo. El contenido se había desparramado
sin rumbo, desorientado, molesto por la falta de hospitalidad del suelo…
- Era la última que nos quedaba.
- Da igual, estaba ya caliente.
- Pero ¡Era la última!
- ¡Mira! todavía queda una gota cansina y torpe a la que le cuesta
encontrar la salida…
Esa última gota es sin duda la más codiciada, cuando nos queda poco de algo, es poco se revaloriza y se convierte en lo más deseado.
ResponderEliminarMe gutsa cómo se puede desarrollar una historia apartir de un hecho al que solemos prestar poca atención. Muy bien, Mercedes.
ResponderEliminarMuy bien llevada la historia, sí señora. Felicidades.
ResponderEliminarBravo, Mer. Muy bien escrito.
ResponderEliminarEspero que el hecho de que el líquido se derramase, no fuese el final de esa historia. Muy bonito, Mer
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