Eva se despertó
sobresaltada por el sonido del teléfono. Al otro lado del auricular estaba
Clara, su mejor amiga. Le pedía que comieran juntas ese día en el pequeño
restaurante que frecuentaban desde hacía
tiempo. Allí compartían buena mesa, una botella de vino y confidencias que se
prolongaban hasta la hora del té. Eva, aunque sorprendida por la prisa de su
amiga, le confirmó su asistencia.
Eva salió de la oficina con
la vista cansada y el cuello dolorido a causa del ordenador. Clara, sentada en
la mesa, la esperaba con la copa de vino en la mano. Se besaron en la mejilla,
hacía un mes que no se veían y su amiga parecía nerviosa. Iniciaron la conversación de un modo trivial, como siempre;
habitualmente pedían el mismo menú y el camarero les comenzó a servir el primer
plato. Eva escuchaba la conversación de su amiga que, de vez en cuando,
tartamudeaba. Parecía perturbada por algo que no se atrevía a verbalizar. El
segundo plato, quedó en la mesa sin acabar. El vino, en cambió, fue lo primero
en terminarse. Clara pareció, entonces, sentirse más relajada. La conversación
pasó a tomar carices más íntimos. Eva escuchó cómo su amiga le contaba que
estaba empezando a salir con un hombre; no era nada serio, tan solo se estaban
conociendo. Se alegró por ello, hacía tiempo que Clara necesitaba ese aliciente
en su vida. Ella, por el contario, le habló de la relación con Pablo, su
marido. Estaban pasando por un mal momento, aunque confiaba en que todo acabara
bien. Él trabajaba demasiado y siempre estaba de viaje, ese era el problema.
Continuaron charlando de
esto y aquello hasta que se hicieron las cinco. Pidieron una tetera para
continuar con la conversación. Clara se levantó para ir al baño. Eva se quedó
sola pensando en la última confidencia de su amiga. A la vuelta le preguntaría
el nombre de su conocido. Un móvil sonó de repente. Era el de Clara, estaba
sobre la mesa y no pudo evitar mirar la pantalla: “Pablo llamando” y la foto de
su marido que le sonreía cariñosamente.
Cuando Clara regresó a la
mesa, apenas pudo ver a su amiga saliendo apresurada sobre sus zapatos de
tacón. Sobre el parqué, quedó la taza de
té, desperdigada junta al plato y la cucharilla.
Está publicado en mi blog, pero como algunos no lo habéis leído, lo dejo aquí.
ResponderEliminarMe ha gustado Amparo...pero pobrecita, la cara que se le debió quedar....
ResponderEliminarMe gustó y me gusta, Amparo, es una situación que la realidad en la que vivimos presenta como cotidiana y es tremendo que se haya de enterar de semejante manera.
ResponderEliminarReal como la vida misma. Tu texto me hace reflexionar sobre el impacto en nuestras vidas de los hechos fortuitos: esa llamada justo cuando se va al baño...
ResponderEliminarEl trabajaba demasiado... Se te ha escapado la tilde de "Él".
¡Buen trabajo, Amparo!
Gracias a todos.
ResponderEliminarMe parece una historia de amor y traición contada con mucha naturalidad... Me gusta
ResponderEliminarYa lo conocía. Me gusta mucho, Amparo.
ResponderEliminarGracias, wapas!!
ResponderEliminarMi más sincera felicitación Amparo, te superas por momentos, desde el título hasta la sorpresa final, está escrito con esmero y eso se nota.
ResponderEliminarSigue así, genial.
Abrazos.
Gracias Yolanda.
EliminarFrancamente bueno Amparo. La traición entre amigas, un tema escabroso que has tratado con ritmo y valentía. Enhorabuena.
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