por Romeo
Me
costaba fingir pero lo hacía, concentraba todos mis esfuerzos en parecer tan
contento como el resto de mis compañeros. Lo contrario sería cuando menos,
chocante. Acababa el curso y comenzaban las vacaciones, el verano despuntaba y
como aperitivo, el sol amenizaba nuestros recreos con la calidez de sus
abundantes rayos.
Las
notas finales colgaban sonrisas, gritos de alegría, lágrimas o preocupación en
nuestros rostros, pese a ello, el sentimiento general era de alivio. Fuese cual
fuese el resultado teníamos por delante una rutina diferente. Los profesores tampoco conseguían disimular su
buen humor, en ese punto coincidíamos.
Como
iba diciendo, tenía que esforzarme para mostrarme feliz y concentrarme en
encontrar suficiente aire para poder respirar y, conseguir que al menos una
pequeña concentración de oxigeno, nitrógeno y argón, pasara por el angosto
hueco que la bola de mi dolor dejaba en mi garganta.
Me
esperaba un largo verano. Interminables días de soledad. Rebuscaría entre las
páginas de mis apuntes sus anotaciones sobre una frase mal construida, un verbo
mal empleado, un análisis sintáctico en el que sus correcciones con su elegante
caligrafía me la acercaran un poquito. Quizá lograse mantener vivo el recuerdo
de los movimientos elegantes de sus manos escribiendo con agilidad en el
encerado, o el de los hoyuelos que su franca sonrisa coloca junto a su boca
iluminando su rostro, puede que acudiesen nítidos a mi reclamo burlando esa
opacidad con la que el paso del tiempo emborrona el límpido cristal de las
vivencias.
Desearía
cerrar los ojos y estar en septiembre.
Ella
no entiende cómo he podido suspender la última evaluación. Me llamó para hablar
conmigo a solas, para ofrecerme su apoyo. Hasta me dejó su teléfono por si
tengo alguna duda. No se explica qué me pasa, dice que soy uno de sus mejores
alumnos. Me encantó ver un rictus de preocupación en su rostro mientras cogía
entre las suyas mi mano: ¿pasa algo?, ¿tienes problemas? Mi respuesta ha sido
un leve arqueo de mis cejas y un frunce en mi boca, es un gesto muy ensayado
que me hace parecer adulto y me da un aire interesante y misterioso.
Ha
merecido la pena el suspenso, la fecha para verla está más cerca y su número de
teléfono es un tesoro que tiembla en mitad de un folio en blanco.
Bravo por este Romeo, me ha encantado.
ResponderEliminarHay que ser adolescente para hacer trampas tan tiernas...Demasiado largo el verano para este muchacho que cree haber encontrado su ángel. Muy chulo.
ResponderEliminarBonita historia!!
ResponderEliminarPreciosa historia adolescente!!
ResponderEliminar¡Plas, plas, plas! Historia muy bien contada. ¡Mucha suerte!
ResponderEliminarA esa edad ¿quién no se ha prendado de algún adulto? Profesores, amigos de hermanos..., nos muestran la supuesta madurez que perseguimos, sin duda, los profesores sobremanera.
ResponderEliminarAbrazos.
Quién no se ha enamorado alguna vez de su profesor o profesora, jeje
ResponderEliminarLa adolescencia, época de locuras si te enamoras. ¡Muy bonito!
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