lunes, 16 de julio de 2012

8. (concurso) UNA BUENA ELECCION


Por: Delfina

Aquel día, decidí tomar el metro en lugar de ir en coche hasta el centro de la ciudad. Estábamos en el mes de julio y el termómetro marcaba treinta y tres grados. Ya sé que no era la decisión más acertada, pero no me caracterizo precisamente por lo contrario. Además, sentía deseos de darme un paseo hasta la parada más próxima y mezclarme entre la gente. Había pasado demasiado tiempo encerrado en mi casa tras una larga enfermedad. Ya recuperado, mis piernas me pedían un poco de entrenamiento. Podía entrar en alguna tienda y aprovechar las rebajas, como hacía todo el mundo.

Habían cambiado los lectores de billetes. Observé a la gente pasándolos sin esfuerzo ante una pequeña pantalla; las puertas se abrían al instante. Al llegar al andén, mis ojos tuvieron que esforzarse para encontrar un hueco entre la multitud.  Parecía un extranjero en mi propia ciudad o eran extranjeros quienes me rodeaban. Había un joven alto y delgado que exhibía su ambigüedad andando peligrosamente sobre unas plataformas de vértigo. Nos acribillaba con su mirada desafiante y orgullosa. A su lado, pasaron corriendo dos ruidosas adolescentes de piel oscura, portando un pequeño radiocasette emitiendo a Camela. Me gustó verlas utilizar, todavía, una tecnología prácticamente obsoleta.

El reloj digital que pendía del techo anunciaba la proximidad del tren en un minuto y medio. Todavía tuve tiempo de que mis retinas se fijaran en el andén opuesto. Había un hombre andando con lentitud. Su porte era elegantísimo: pantalón gris impecable, zapatos de cuero negros, camisa negra de algodón y, envolviendo aquella noble cabeza, un impoluto turbante blanco. Una poblada barba canosa ponía la guinda en su rostro. No podía dejar de mirarle. Durante unos instantes y, como si él conociera  mi presencia, fijó su mirada en la mía. A pesar de que nos separaban unos cuantos metros, observé su expresión de hombre sabio, inteligente y seguro de sí mismo. En sus ojos negros como el carbón, se percibía claramente una luz especial, que atrapaba a cualquiera. Sentí deseos de cruzar el andén y pedirle conversación. Seguro que mi viaje  habría estado cargado de matices de otras tierras y culturas, de sabiduría y buenas lecciones. Pero a lo lejos ya se escuchaba la proximidad del convoy. La gente se afanaba para entrar y buscar un buen sitio. Yo entre ellos.

Las luces brillantes del primer vagón aparecieron por el angosto túnel. La gente esperaba ansiosa su llegada como si éste fuera su último tren. De repente, casi a mi lado, vi tambalearse al joven andrógino. Extendí su mano hacia él agarrándole del brazo. Con mirada angustiada le oí musitar -“Ayuda”- Tenía acento extranjero, tal vez de Europa del norte. Temblando, se aferró a mi cuerpo. Una señora nos cedió su asiento. Le acompañé hasta la parada del hospital. También me esperé a que le atendieran. Estuve a su lado hasta que trataron su adicción.

Hoy, seguimos juntos.

3 comentarios:

  1. Hermosa historia, sobre todo en estos tiempos que corren, la solidaridad, la compresión, cualquier sentimiento es útil... y si perdura en el tiempo y de ello nace otros sentimientos, pues estupendo.

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  2. Una buena y solidaria acción, opino como mer sol. Me ha gustado.

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  3. Un poco largo el relato para mi gusto. Pero está bien, sobre todo el final.

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