Tumbados
en la hierba. Los brazos extendidos tocándonos los dedos, las miradas inquietas.
Los tres soñábamos que volábamos. Voces, muchas voces llamando a otras. Voces hablando de todo y de nada. El
sonido del agua del lavadero que se diluía en los golpes de la ropa sobre los
pilones. Cestas de ropa que se vaciaban y se sembraban al clareo convirtiendo
el verano en un invierno blanco y sin frío. Tumbados en la hierba fresca, olor
a tierra y fruta, a juegos sin prisas, olor a siega y centeno. Un jilguero se
posaba en el suelo y parecía preguntarse qué éramos, que hacíamos. Acaso ¿comíamos
gusanos bien gordos o escarabajos perdidos, sin dueño?. Tú, tú siempre
comenzabas de pronto.
-
¡Mirad, mirad, un perro! – gritabas mientras Luciano y yo nos levantábamos del
suelo asustados girando nuestras cabezas a todos los rincones. Una gran
carcajada soltabas entonces señalando
con el dedo el cielo.
-
Allí, allí. Pero, pero ya es tarde, ya no es un perro. ¡Es un cerdo! –
Una nube caminaba sobre nuestras cabezas
disfrazándose a cada paso, jugando a ser lo que no era.
-
No veo un cerdo. Es un pollo, no, un pato, es un pato, mirad el pico, el
cuello… Mirad aquella, parece, parece el tío Pedro – decías tú, Luciano, ¿ te
acuerdas?, una nube con chepa, no puede ser otro que el tío Pedro.
Siempre
juntos. Raquel, Luciano y Nieves. Y en el medio de los juegos de aquel verano
una gran nube negra se fue acercando al pueblo. Una gota, un rayo, un gran
trueno. Un chaparrón de ira convirtió entonces la blanca ropa en sombras, el
verano en invierno, el calor en fuego, el frío en muerte, la fresca hierba en
ortigas, los sueños en pesadillas, las alegrías en miedos. Todos nos refugiamos
en pajares de abuelos, en manos que tapaban ojos y contaban cuentos. En el
medio del juego de pronto se marchó el verano de la mano del trueno. Aquel
verano nosotros, unos niños, nos volvimos tan viejos…
Y
ahora, aquí estamos, los tres de nuevo, tumbados en estas hamacas en aquellos
mismos campos jugando de nuevo a ver
como en el cielo pasan las nubes regalándonos formas, algunas exactamente
iguales, otras tan distintas que ni nuestra imaginación se atrevió nunca a
imaginar ni en sueños ¿Cuántos años
hace… 70?
-
76, Raquel, yo tenía diez en aquel Julio, en aquel verano del 36 – dijo Nieves
mientras sujetaba con fuerza a su nieto Ismael que señalaba el cielo con su
dedo.
-
Yeya, ¡mira, mira un móvil y allí, un coche formula uno y una cometa!
-
Vaya, vaya, un móvil. ¿Sabes que nunca de pequeña vi un móvil en una nube ni un
coche ni tan siquiera un dinosaurio?,
pero cometas, muchísimas cometas y perros y gatos y tios Pedros con chepa –
contestaba Nieves mientras Luciano y Raquel reían. Un largo suspiro y un
silencio convirtió las nubes en palomas blancas y el futuro en esperanza sin
miedo.
VICENZO DELATORRE
Precioso!!! Me ha encantado, le doy un tremendo sobresaliente!!!!
ResponderEliminarMe ha conmovido. Un cuento con mucho fondo.
ResponderEliminarMuy evocador!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Felicidades a su autor.
ResponderEliminarBeso.
Entrañable y siempre bien recibido el recuerdo idealizado de una infancia que no volverá...
ResponderEliminarHermosos recuerdos y hermoso relato!!
ResponderEliminarUn relato de este tipo siempre toca la fibra sensible.
ResponderEliminarMuy entrañable. ¡Precioso!
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