lunes, 23 de julio de 2012

UNA ESTAMPA -O RETRATO- DE VERANO

Divertir, no entretener; que para eso está la televisión. Estaba reflexionando sobre los elementos naturales, cotidianos y cercanos, que pudieran servir para entretenerse en aquel verano de mes de junio infame, de julio de juzgado de guardia y más que probable agosto penitenciario, cuando la melodía de fondo que bostezaba el transistor empezó a hacerse más notable en el ambiente:

"El azul del mar inunda mis ojos,

El aroma de las flores me envuelve,

Contra las rocas se estrellan mis enojos,

Y así toda esperanza me devuelve..."

El paso de nubes con forma de islas; las olas rompiendo en la orilla con agonía las unas, con fuerza las otras, pero todas muriendo cuando tocan la arena; el desfile infinito de carnes trémulas embutidas en pieles soasadas; Coppini convirtiéndose en maricón de playa y esa sensación de plenitud pulmonar que sólo el salitre del mar puede aportar a un adicto al tabaco.

Me hubiera gustado contar que sus miradas se enzarzaron en un eterno abrazo de deseo en el instante que se cruzó con la morena de los ojos verdes cuando paseaba por la orilla del mar, pero no fue así —¿qué no tenía los ojos verdes? Vete tú a saber en qué se estaría fijando para no recordar sus ojos—.

O que salvó el flotador —pegote de plástico transformado en foca amarilla— del niño cabezón que se dedicaba a espolvorear de arena a todos los que estaban a su alrededor; de las corrientes marinas, pero creo que no sabe nadar. Aunque hubiera sabido nunca se mete de cuerpo entero en un agua que no tenga treinta grados exactos de temperatura, y la de aquel día estaba a veintiocho así que, ¡chaval!, dile a tu papá que vaya rascándose la billetera para comprarte otro... ¿que no tienes papá? Nada, nada, para Navidades le pides uno a los Reyes Magos.

No, no, espera, espera... Os diría que sacó la guitarra y, junto con otros dos músicos espontáneos con una nevera portátil como cajón de ritmos y una botella de Bezoya como instrumento de viento montaron un sarao —el sarao del verano— donde todo el mundo bailaba y cantaba canciones de Camela y de Luís Aguilé, pero no, no fue así porque no tenía guitarra, y aunque la tuviera no la tocaría porque no tenía oído, l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e no tenía oído, ni oreja, se la llevó un perro cuando era niño, y con ella el sentido del ritmo.

     Ahora bien, lo que sí puedo contar es que el verano, ante todo, existe para mantener una reflexión constante, es decir, para tener un eterno diálogo con el otro, con el eterno femenino, el mismo que te saluda todas las mañanas cuando te miras en el espejo. En ese eterno diálogo especular —de efímera vanidad— tratamos de entretenernos, de divertirnos y, por consiguiente, de entretener y divertir a todos los demás. El problema está en saber cristalizarlo en una legible, cuidada y perfecta escritura, ¡cómo no!... Un retrato del “dolce fare niente” en verano.

5 comentarios:

  1. Personaje en el extrarradio de la vida, de lo convencional, del verano. Nos divertimos con sus extravagancias. Objetivo conseguido.

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  2. Cúmulo de despropósitos ciertos como la vida misma. Me gusta

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  3. Yo también me aburro en la plalla;). Muy bueno

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  4. Qué sería la playa sin esos niños que te llenan el bocadillo de arena?? Un relato original, ya lo creo!

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  5. Buenooo... Carmen, planteado de esta forma... yo, personalmente, no echaría de menos el comer arena, jajajaja. Pero, cuando me pregunto cómo serian de mayores unos niños que no podian alborotar un poco ni en la playa... Y que siendo viejita me tocaría convivir con ellos... Como que prefiero aguantárlos ahora para que me aguanten con buen humor despúes, jajaja

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