Para
Quino, era su debut como bombero. Rafa ya llevaba unos años en el cuerpo, pero cada día que sonaba la alarma, era como si se abriera ante él un pozo
sin fondo. El miedo recorría todo su cuerpo, le hacía sentirse paralizado. Los
demás compañeros se animaban unos a otros dándose palmadas en la espalda,
especialmente a Quino, el más joven.
Subieron
raudos al camión. Ya en marcha terminaron de ponerse las prendas apropiadas para
aquella ocasión: el monte ardía.
Conforme
se acercaban al lugar del siniestro, calibraban la importancia de éste: el
olor, el color del humo, la intensidad de las llamas, el alcance. Sus voces
sonaban fuertes pero las palabras surgían entrecortadas. Sus angustiosas
miradas hablaban por sí solas.
Quino
tragó saliva. Rafa, sostuvo su mirada mientras le daba un pequeño apretón de
ánimo en el brazo.
Al
bajar del vehículo comenzaron el trabajo tantas y tantas veces aprendido. Ese
día no se trataba de una rutina. Era algo que no se podía evaluar.
Rafa,
nervioso pero seguro, seguía a Quino con la mirada. Le había visto entrenar y
sabía que era valiente, quizás demasiado para ser un novato. Le vio adentrarse
entre las llamas y, de repente, le perdió de vista. Se percibía un fuerte hedor
a piel quemada y, los aullidos procedentes de algún animal herido, le hacían
saber que estaban cerca de alguna granja o, incluso, alguna vivienda. Todos
notaron su ausencia y las voces que llamaban a Quino apenas se escuchaban entre
el crepitar de las llamas. Rafa, desesperado, buscaba con impotencia allá donde
el intenso calor le permitía avanzar, pero el fuego era implacable y tuvo que
retirarse para poder respirar. Sus ojos, enrojecidos a causa del humo y de las
lágrimas, no dejaban de observar el dantesco entorno. Fue entonces cuando le
vio surgir entre las llamaradas. Protegía a dos ancianos traumatizados
pero vivos. Cuando se vieron, no fueron capaces de disimular su alegría.
El joven dejó a la pareja en lugar seguro para poder correr hacia Rafa, que le
miraba incrédulo. Se abrazaron y, sus temblorosos labios se rozaron ajenos a la mirada de los
periodistas que se habían personado a cubrir el desastre.
Al
día siguiente, la primera plana de los periódicos mostraba le fotografía del
beso delante del flamígero fondo. Ni siquiera la noticia del hallazgo del
cuerpo de un piloto de helicóptero consiguió desviar la atención del lector.
La
muerte de una persona y la pérdida de un bosque y cientos de animales pasaron a
engrosar la lista de catástrofes que los
gobiernos prefieren que olvidemos: la anécdota quedará siempre en nuestras
retinas.
Bella historia de la valentía de un héroe!! Que se merece todo nuestro reconocimiento. Catástrofes naturales como las llaman los gobiernos.
ResponderEliminarEs una crónica perfecta Amparo, Valencia a sufrido todo eso y más y tú, lo has contado para nosotros. Un beso gordo.
ResponderEliminar¡Gracias, a las dos!
EliminarMe ha gustado mucho. !Enhorabuena Amparo!
ResponderEliminar¡Gracias, Svieta!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Amparo. Revisa estos "él" demasiado juntos:
ResponderEliminar"pero para él, cada día que sonaba la alarma, era como si se abriera ante él un pozo sin fondo."
Vale, voy a corregirlo. ¡Gracias!
EliminarEs una buena crónica, Amparo. Yo no he sido capaz de imaginar ninguna historia a partir de esta foto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Reconozco que no era una foto "fácil". Si te fijas, tan sólo ocupa una frase en todo el relato, el resto...ya lo sabéis todos.
Eliminar¿De verdad pensáis que es una crónica? Habeis visto muchas películas americanas. Yo nunca he visto una crónica que describa los sentimientos de quienes la están viviendo. Pero es vuestra opinión y la respeto.
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