BLANCA GAVIOTA DE
TINTA
Era un primero de
la calle Patricio Pérez; edificio de cuatro plantas y dos pisos por nivel. La
vivienda era grande, con cuatro habitaciones distribuidas a lo largo de un
amplio pasillo que casi parecía perderse en el horizonte. Y era verano. La
televisión local retransmitió por primera vez el Certamen Internacional de
Habaneras y mis padres, creo yo que con buen criterio, decidieron darme patente
de corso para acostarme más tarde y así poder disfrutar de la competición
coral. La habanera obligatoria era “Blanca gaviota” Durante seis días mi
hermana y yo escuchamos esa canción cuatro veces por día, lo que multiplicado
por los seis días de competición hace un total de... ¡veinticuatro veces en
apenas una semana! Finalmente éramos capaces de interpretarla a dúo:
ELLA: Rooosaaaa
Maríiiiaaaaa
YO: Pedro
Manueeeeel
ELLA: Veinte años
eeellaaaaa
YO: Él
vein-ti-treees
ÁMBOS: Blanca
gavioootaaa que vueeeelaaaas...
El Certamen
comenzaba a las once de la noche. Mi madre, siguiendo la receta de mi abuela
Gertrudis, preparaba una deliciosa horchata de almendras, que tomábamos todos
arremolinados en el televisor. Un día actuó un coro de Asturias, de la cuenca
minera, y salieron vestidos con sus uniformes de trabajo y con sus cascos
mineros. El escenario quedó a oscuras y entonces aquellos hombres encendieron
las luces de sus cascos. El efecto que aquella imagen produjo en mí fue
inmenso: era como ver cantar a las estrellas del cielo.
Cuando ya
terminaba la retransmisión, mi madre nos mandaba a la cama. Aquel verano yo
dormía en la misma habitación que mi hermana. En una de las estanterías que
tenía sobre mi cabeza una sucesión de botellitas de Moscatel aguardaban nuestro
saqueo. Conseguíamos esas botellas en las tardes de feria, disparando con las escopetas
de perdigones. Mi madre nos dejó tenerlas en nuestro cuarto a condición de que
no bebiéramos ni un solo trago. Mi hermana robó un alfiler de la caja de
costura de mi abuela y agujereamos varios tapones del dulce néctar. Sí, también
recuerdo que aquel verano dormimos como lirones, y que las botellas fueron
bajando de nivel durante los meses de Julio y Agosto. Menos mal que yo siempre
tuve buena puntería.
Nuevos licores y
nuevas sonrisas invaden nuestras vidas. El tiempo nos va marcando, como a las
reses del ganado de John Wayne en Río Rojo. No sé cuánto queda de
nosotros de aquel verano, de aquellos vasos de horchata de almendras, de
aquellas viejas y destartaladas escopetas de perdigones de la feria, del
alfiler hurtado de la caja de costura de la abuela Gertrudis, de los tebeos de
Esther que leía mi hermana y de los tebeos de Mytek que yo devoraba. Pero hay
algo de lo que sí estoy seguro: cada vez que recorro el pasillo de casa con mi hija en los brazos y el
suave vaivén de una habanera asoma en mis labios, una gaviota de tinta alza el
vuelo, iluminando los trazos más oscuros de mi alma.
JEREMIAH DIXON
Precioso, Jeremiah, no hay nada mejor que esos buenos recuerdos de infancia compartidos entre hermanos, seguro que una sonrisa recorre todo tu ser. Un abrazo!!
ResponderEliminarQueda mucho de aquellos veranos que, junto con otras estaciones del año y sus vivencias, han forjado lo que ahora somos.
ResponderEliminarHermoso canto a los veranos que nos dejaron huella.
Suerte.
¡Impecable! (como siempre, por otra parte)
ResponderEliminar¡Muchísima suerte!
Lo primero que he leído ha sido el comentario de Geli y me ha llamado la atención el "como siempre", ahora lo veo claro, no sé si darte el premio ya, pero vaya por delante un gran abrazo autor anónimo. Entrañable el cuento.
ResponderEliminarSe ve a la legua!!
EliminarPues va a ser que sospecho yo que este autor no es quién parece y ya tengo mi quiniela, pero me lo callo.
EliminarHermoso relato. Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarPrecioso recuerdo de un añorado verano.
ResponderEliminarMuy Bonito. Cuando cierras los ojos y revives los recuerdos..., es como volver a vivirlos
ResponderEliminarMerecido reconocimiento, felicidades por ser finalista. Un abrazo.
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