La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimiento ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiaría el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción lo había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. (El Aleph, Jorge Luis Borges).
El ardiente atardecer de agosto en que Fidel Sanz perdió la vida, después de un absurdo accidente de coche que solo causó una ligera herida a su compañero de viaje, advertí que habían convertido en zona peatonal la calle donde ambos habíamos vivido durante tantos años; este suceso me afligió, me di cuenta de que el incansable devenir del cosmos ya lo había dejado fuera y que ese hecho era solo el primero de una letanía interminable. Podría ignorarle el universo entero, pero yo no, me dije con nostálgica presunción; es cierto, y no voy a negarlo, que me había rechazado más de una vez; pero ya difunto me permitía unirme para siempre a su recuerdo, sin su cuerpo, sí, pero con todo el poder de mi imaginación. (Lucrecia)
La maravillosa mañana de primavera en que aquel maltratador murió tras una larga agonía no exenta de angustia y dolor, noté que su mujer, mi apreciada amiga, parecía que hubiese quedado desvalida; esta frágil sensación me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo de crueldad al que se había acostumbrado ya se separaba de ella y que ese imperceptible cambio sería el primero de un venturoso e infinito camino hacia la libertad. Mutaría su visión del mundo y finalmente saldría vencedora, pensé con meridiana claridad; alguna vez, lo sé, mi constancia y tesón por agilizar la ruptura la habrían molestado; pero muerto el perro se acabó la rabia, tendría que amoldarse a vivir sin cancerbero y sin prisión. (Malén)
La insoportable verborrea de lideresa en que Lady Magian O’Rahwa derivó, detrás de un estúpido manifiesto que no se doblegó un solo segundo ni a la emoción ni al optimismo, concluí que las aves de rapiña de la calle Zena tenían de nuevo no sé qué privilegio de patente corsa; la exaltación me soliviantó, pues deduje que el inquino y retorcido discurso ya se distanciaba de mí y que este cambio era la punta de un iceberg mortífero. Involucionaría el cosmos pero no yo, pensé con furiosa firmeza; ningún período, lo intuyo, mi ardiente convicción la había ilusionado; humillado yo podía centrarme en su derrota, con ánimo, pero también con arrestos. (Eufrasio)
La primera tarde de diciembre que Lauren Bacall me besó, después de una dulce velada que no sucunbió un solo minuto ni al tedio ni al compromiso, percibí que los espectadores del cine Segovia habían aplaudido no sé a cuento de qué; el hecho me humilló, ya que entendí que los estruendosos y poco disimulados aplausos me alejaban de ella y que ese cambio de plano sería el primero de una sucesión finita. Cambiaría la película pero ella no, soñé con incrédula autoridad; una vez, estaba seguro, sus míticos labios lo habían expresado; proyectada yo debía aprovecharme de esa escena, esperanzado, pero atento a la palabra FIN. (Marco Antonio).
La mañana sin color que no cesó de llover, me di cuenta que la lluvia era un magnífico conductor de tristeza, un perfecto despertador de recuerdos dolorosos. Cada charco reflejaba una mueca diferente, cada gota transformaba los reflejos, convirtiéndolos en nuevos cuadros de pinceladas instantáneas. Mi recuerdo me llevó al día que dejé mi relación con Sara, la lluvia corría a borbotones desde su pelo empapado hasta su cara empañada, le fallaron las fuerzas y cayó de rodillas al suelo, las gotas de lluvia se enfrentaban a su llanto, ganó la lluvia. La escena se repetiría de forma infinita, en el mismo escenario, con diferente nombre de mujer. Desde aquella mañana decidí no usar paraguas para no quitarle a la lluvia su sentido. (Fernando).
No acabo de entender lo que propones pero el relato es muy bueno, como siempre, Lucrecia... a pesar de ese "me di cuenta" repetido.
ResponderEliminarPues hace un minuto que me he dado cuenta de la repetición y lo he corregido.
ResponderEliminarEl ejercicio consiste en hacer un texto con la misma estructura sintáctica que la del modelo, en este caso de Borges.
Maravilloso texto el que has seleccionado del Maestro. Y maravilloso texto el que has escrito. A ver si las musas nos inspiran y escribimos algo...
ResponderEliminarMuy bueno, Maga. ¿Ves como puedes? Me has abierto un mundo con este ejercicio: aprender a escribir de la mano de los grandes maestros. Propongo que lo hagamos todas las semanas y que cada vez uno elija el texto.
ResponderEliminarJo, qué bien escribís, amiguitos. El texto de Borges es precioso, pero no sé si me saldrá algo. Yo he publicado uno que tenía hace tiempo cuando pensamos, algunos, escribir el cuento para el concurso de S. Pedro de la Felguera, por eso he puesto,mal, la foto de la fábrica.
ResponderEliminarSaludos
Este era muy difícil. Se ha de buscar textos con una estructura reiterativa, con el que queda muy bien, es con el siguiente ejemplo de Pablo Neruda:
ResponderEliminarPuedo escribir los versos más tristes esta noche.Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Sí, Maga, pero este ponlo en VEP. No era tan difícil, han quedado muy bien todos los textos.
ResponderEliminarme gusta este ejercicio.
ResponderEliminarA mí, también me gusta, a ver si entre todos vamos buscando textos buenos de diferentes autores.
ResponderEliminarFelicidades, amig@s, vuestros textos son preciosos. Claro que hemos contado con la ayuda de Borges, todo un privilegio que nos visite en VE.
No sé, no sé. A mí no me ha divertido mucho.
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