Otro incauto que caía en la trampa. El gancho de poner un tostón de dos horas no fallaba nunca. La máquina saboteada de las patatas fritas se ocuparía de él, al menos durante cinco minutos, el tiempo suficiente como para que aquellos labios me dijeran algo, aunque fuese un ¡no! y en ese caso daría igual porque siempre habría un dinero extra en la máquina. Lo que no tenía todavía claro era cómo iba a solucionar cambiar los rollos de la película si la respuesta fuese ¡sí!. Bueno, el cuarto de proyección era un sitio acogedor porque la última visita repitió, aunque nunca me quedó claro si vino por mí o por los hermanos Cohen.
Una leve patadita en el respaldo del asiento y la dueña de esos labios ya me estaba prestando atención, susurré las palabras mágicas, y la película dejó de ser su centro de atención para serlo yo. Sólo me quedaban cuatro minutos para convencerla de que mi historia era mejor que la de Bertolucci.
Vaya vuelta de tuerca del malvado encargado de la proyección. Muy bien, Eufrasio, no sé a dónde vamos a ir a parar.
ResponderEliminarJoooooooooooo,¿qué palabras son esas? ¿Valen igual si las pronuncia una chica a un chico? Dime que sí, dime que sí y las palabras también.
ResponderEliminarFuera de bromas, muy chulo, a ver quién continúa...
Muy bonito, un placer leer tus historias Eufrasio
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