Las
manecillas del reloj casi rozaban las 10 de la noche cuando me senté en aquella
mesa de un bar de la calle mayor. Parecía que ese lunes no iba a tener final.
Desde que puse el pie en el suelo esa mañana, todo había ido sucediendo al
antojo de la rutina y de sus prisas. Sin tiempo para pensar ni descansar... una
cosa y después otra y otra más.
Me apoyé
en el respaldo de aquel banco de madera y la cabeza en la pared, cerrando los ojos un
instante y dejando a mis pies escapar, doloridos, de esos dichosos zapatos
negros. Un suspiro de alivio se me escapó mientras recordaba, sonriendo, que una conocida del trabajo me había dicho
que eran “ideales”. “Estos zapatos son ideales, Carmen” creo que fueron sus palabras
exactas.
Tomé la
copa de tinto que me había traído el camarero y con el primer sorbo, sin saber
el motivo…en ese instante a solas con mis pensamientos, su imagen vino a mi
memoria y recordé sus palabras.
“Si yo
fuese una bebida ¿qué sería?” me preguntó. Y yo, sonriendo, pensé que en ese instante
si yo fuese un líquido estaría rebosando aún y estar dentro del recipiente más
grande que nadie pudiese fabricar o imaginar.
Recuerdo
que estábamos estirados en la cama y él jugaba con mis rizos, enredándolos en
sus dedos. Sus manos me parecieron enormes en comparación con las mías y sus
dedos largos y bronceados, eran de un tacto suave. Cada caricia suya en mi piel
era como un bálsamo… tenía el poder de hipnotizarme con un simple roce.
Estuvimos
juntos “solamente una vez”, como reza ese bolero y no podría definir si fue un
amigo o un amante. La verdad es que ni yo misma lo sé, pero fue algo tan
intenso para mis sentidos que se me quedó clavado dentro y desde aquel día no
he pasado una sola hoja del calendario sin pensar en él.
“Vino.
Sin duda alguna, tú eres como el vino” le contesté perdiéndome en el marrón de
sus ojos, “pero no un vino cualquiera, claro que no”.
Me
acurruqué entre sus brazos y nos quedamos callados.
Recuerdo
que él no hablaba mucho pero, sin embargo, el tono de su voz, profundo e
intenso, se colaba por mis oídos y me llenaba de tal manera que el mundo
parecía desaparecer. Escuchar sus susurros en mi oído…era…no sé… creo que jamás
he vuelto a sentir una sensación de paz y seguridad como aquella.
Me
incorporé apoyando el brazo en la almohada y clavando mis ojos en los suyos,
con el alma ardiendo y deseando con rabia que el tiempo se detuviese… con la
voz apenas dibujada en un susurro, le dije:
“Vino.
Vino tinto de sabor intenso, con un gran cuerpo. Con notas de ligero sabor a
cacao. Amargo al entrar en boca, pero de final afrutado y dulce. Ideal para
tomar por el puro placer de disfrutar de la vida”.
Men encanta, Carmen, me encanta. Es muy romántico y tiene un toque sensual muy agradable, mezclado con poesía. Un buen cocktail que has sabido mostrar con maestría.
ResponderEliminarGracias Manuel!
EliminarMuy bueno, Carmen. De acuerdo con los comentarios de Manuel.
ResponderEliminarA mí me ha sonado mal lo de "Apoyé la espalda en el respaldo", quizá "me apoyé en el respaldo" u otra cosa que sustituya esa aliteración.
Gracias Lu! Voy a corregirlo!
EliminarCaray Carmen, qué recuerdo tan hermoso. Tanto como tu texto.
ResponderEliminarDescribes bien los sentimientos de sosiego y paz de esa noche. ¡Enhorabuena!
Échale una ojeada a esta frase. Creo que la puedes mejorar:
"si yo fuese un líquido estaría rebosando aún y estar dentro del recipiente más grande que nadie pudiese fabricar o imaginar". Algo así como "si yo fuera un líquido aún estaría rebosando del recipiente más grande..."
que estábamos estirados... eran de un tacto suave. Como en estas frases, veo un abuso del verbo ser y estar. En muchos casos, si los eliminas, el sentido está implícito y el texto queda más ligero. Pruébalo a ver qué te parece.
Un abrazo.
Bonito relato, Carmen, de acuerdo con mis compañeros en cuanto a las observaciones.
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