Silencio y oscuridad en el viejo camerino. Arde una colilla encendida entre sus dedos temblorosos. Despacio, la acerca indiferente hasta su boca y el naranja brilla intenso un instante para perderse dos segundos entre el humo que, lento, escapa de sus labios.
Cabizbaja, con los ojos cerrados dibujando arrugas en la sien, alarga un brazo y a un gesto del pulgar, una bombilla sucia ilumina, tenue, un rincón de la habitación.
Sentada como estatua herida, en un viejo taburete, quisiera huir del reflejo que le devuelve la telaraña afilada y brillante del espejo. Le horroriza su gesto cansado y manchado de trazos de colores confundidos entre sus lágrimas.
El tocador, que un día vistió elegante, está ahora lleno de polvo, de restos de cristales, maquillajes y algodones resecos y olvidados. Unas flores agonizan en un vaso de plástico lleno de manchas junto a un viejo bote de cosmético, rebosante de cenizas y colillas aplastadas.
Desenrosca con cuidado el tapón de un bote de crema y empapa el pañuelo con un olor dulce. Lo acerca a su rostro y borra su sonrisa mezclando rojos, blancos y negros, que quedan esparcidos por su cara en una mueca borrosa.
“Pensaste que con hacerle reír era suficiente y quisiste que su sonrisa fuese solamente tuya”, murmura empapando de nuevo el suave papel. “Que sus ojos solamente te mirasen a ti y que sus manos aplaudiesen nada más que tus piruetas”.
Busca consuelo, con los labios temblorosos, en la última calada del cigarrillo y al cogerlo con las manos húmedas, lo empapa en una mezcla pegajosa de crema y maquillaje. Apaga la colilla y sigue murmurando su monólogo, mientras busca un pañuelo limpio.
“No soportaste, egoísta, que su corazón latiera nervioso al mirar el trapecio y valiente,inventaste piruetas imposibles en cuerdas que no supiste colgar de ningún sitio. Y así, tu solita, caíste en tu propio ridículo”.
Sollozando, restriega el agua que sale de su nariz con la palma de la mano, dejándola pringosa de mocos y pinturas. La mira un instante e indiferente, la restriega en la camisa de mil colores, sorbiendo desconsolada.
Empapa de nuevo el pañuelo con otro pegote de crema, inclinándose hacia el espejo roto, buscando un hueco en el que poder mirarse.
“Ardías de rabia, celosa estúpida, cuando su boca se abrió con asombro al ver al domador impasible ante cientos de afilados dientes. Y entonces quisiste morder y afilaste tus uñas clavándolas en su piel. Y le hiciste daño y fuiste tú… tú, la única culpable. Tú… tú solita, le apartaste de ti”.
Con los ojos enrojecidos por el llanto, quemados con escozor por los restos de pintura, la payasa se desploma en el tocador de madera… inconsolable. Y entonces, acuden a su mente las imágenes de hace unas horas, como el trailer de su patética y última aparición.
El tropezar ebrio al caminar con sus zapatones de goma y su caída de bruces en mitad de la pista. Las caras serias y preocupadas de aquellos que antes reían y aplaudían sus tonterías. El silencio clavándose en sus oídos. Los gestos de incomprensión de aquellos que creían en ella y el dolor… el dolor que la partió en dos al levantar los ojos y ver su butaca vacía.
“Terminó tu función, payasa”,murmura con la voz rota, mientras busca un pañuelo limpio entre los restos de su fracaso.
“Terminó tu función, payasa”,murmura con la voz rota, mientras busca un pañuelo limpio entre los restos de su fracaso.
Es muy triste...engancha, pero el final es muy abierto, ¿está muerta? ¿la payasa o su amor imposible? O no muere nadie? Ainsss, me has dejado con las ganas de saber...
ResponderEliminarYo creo, Wis, que no muere nadie, pero lo hermoso de la literatura es que cada uno puede darle su interpretación personal... el amor sí, el amor murió y con él, una parte de la payasa...
EliminarGracias!
Creo que podrías mejorarlo y ganaría en ritmo narrativo si acortas las reiteraciones descriptivas: restriega, restriega, empapa...en todo lo referente al momento de la limpieza de cara. No sé es una idea.
ResponderEliminarGracias Malén. Agradezco tus observaciones. Saludos!
EliminarA mí me parece un buen relato, entiendo que no muere nadie, solo el amor provocado por las acciones de la "payasa" (abundan en el mundo); seguramente Malén tiene razón, ganaría en ritmo si lo desnudaras un poco de repeticiones; tal como está, se recrea en el sufrimiento que a ella le produce la pérdida con esa lentitud y reiteración de restregones, mejunjes y mocos... En fin, a mi me ha gustado.
ResponderEliminarGracias Lu, me alegra que te guste. Un abrazo!
EliminarMuy intenso tu relato, rico en emociones, el contraste de la figura del payaso con la realidad más cruda siempre es -cuanto menos-, chocante.
ResponderEliminarCreo que tod@s los compañeros conoce mi gusto por lo breve, por tanto es mi único "pero", lo encuentro un poco largo, pero no me hagas caso, eso es manía personal mía.
:) Un abrazo.
Gracias Yolanda! Todos tenemos manías! Saludos!
EliminarCarmen, este relato tuyo también lo conocía. Lo he vuelto a leer y me ha gustado tanto como la priemra vez que lo leí. Estoy de acuerdo con Lucrecia: ganaría en ritmo si evitaras algunas repeticiones, pero por otro lado, ayudan a esa recreación en el sufrimiento.
ResponderEliminar¡Buena historia y bien contada!
Buenos días, Geli. Muchas gracias ¡Un abrazo!
EliminarDescribes muy bien y cuentas las historias de maravilla. Por ponerte un pero, también te diría que lo aligeraras un poco.
ResponderEliminar¡Gracias Amparo!Lo tendré en cuenta.
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