Estaba Acorralado. Frente a él, un enorme mamut de varias toneladas le observaba. El animal estaba herido, dejaba tras de sí un reguero de sangre humeante y sus ojillos negros no apartaban la vista de la lanza de “Pequeño Cazador”.
Pequeño Cazador miró al cielo y comenzó a rezar en voz alta; el Gran Padre Cuervo no parecía atender sus súplicas.
Temblaba convulsivamente. En su huída, había caído en las heladas aguas del lago y, al salir de éste, sentía cómo poco a poco su cuerpo se disolvía en la nada.
Nunca debió separase del grupo, pensó, nunca debió tratar de cazar el mamut por su cuenta, fue un gran error.
“El mamut es inteligente –recordó las palabras, en la cueva, del que hablaba con Gran Padre tras comer la hierba sagrada-. Gran Padre Cuervo insufló parte de su aliento en ellos y por eso los cazamos, para alimentarnos y para recuperar esa parte de aliento que nos pertenece. Pero él también lo sabe, y de la misma forma quiere apropiarse de la parte que nos fue legada”.
Decidió, pues, cazar un mamut para él y tomar su aliento robado. Realizó todos los rituales propicios, marcó en su cuerpo las señales sagradas del Totem protector, entonó los cánticos sagrados...era el momento.
Decidió, pues, cazar un mamut para él y tomar su aliento robado. Realizó todos los rituales propicios, marcó en su cuerpo las señales sagradas del Totem protector, entonó los cánticos sagrados...era el momento.
Volvió en sí. Apenas sentía sus brazos pero aún mantenía el arma en guardia, tratando de defender su vida. Respirar era como si le clavasen miles de cuchillos de sílex en los pulmones.
Allí estaban los dos, en medio del glaciar, uno herido de muerte, el otro congelado. ¿Quién moriría primero? ¿Cuál de ellos tomaría el aliento del otro?
El animal cargó hacia él. Pequeño cazador abrió los ojos de par en par mientras veía avanzar los enormes cuchillos de marfil buscando su corazón. Alzó su lanza.
Era el fin, sintió. Mas cuando ya todo parecía perdido y tan solo restaba un palmo de terreno entre él y el animal, éste se desplomó soltando un agónico resoplido.
Dejó caer su jabalina y se arrastró hacia el cadáver; las piernas ya no le respondían. Se acurrucó junto a la víctima, tratando de envolverse entre los pelos de lana para conseguir un poco de calor.
Si los del clan no le encontraban pronto no tardaría en morir allí, junto a su trofeo.
Entonces miró de nuevo al cielo y se puso a llorar. Pensó que eso era malo, pues si dejaba de existir, ¿quién aprovecharía el aliento de ambos?
¡Pero que cuento, Manu, tan bonito! Me ha encantado y el final es muy emotivo.
ResponderEliminarAlgunas observaciones:
convulsivamente:(punto, en vez de dos puntos) en su huída,
buscar su corazón. (¿en busca de su corazón? y así evitas -ar, -ar, -ar de par, par, avanzar)
¡Es precioso Manu! Un abrazo, amigo.
Muchas gracias, Geli. Paso a realizar las correcciones.
EliminarEs muy bonito. No pensé que acabaría así, la verdad. Pensé que el mamut castigaría la insolencia de Pequeño Cazador y devoraría su aliento. Me has cautivado, gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias, Wis. La verdad es que este es el final que más me sorprendió de todos los que pensé.
EliminarMaravilloso, lo he leído con deleite.
ResponderEliminarMuy buen ritmo y precioso final!!
ResponderEliminarMuchas gracias, amigas. Lo he corregido y aumentado un poquitín.
ResponderEliminarMe ha encantado, Manuel, la aventura del pequeño cazador. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lu. un abrazo.
EliminarUn cuento precioso que te atrapa desde el principio. Un final inesperado. Precioso
ResponderEliminarUn cuento a la altura de Jean M. Auel. Muy bien Manuel.
ResponderEliminar¡Impresinante, Manuel! Mientras lo leía era como estar viendo una película. Escribes de maravilla. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigos.
ResponderEliminarDe Auel he leído el primer libro de la saga: "El Clan del Oso Cavernario" y es buenísimo. Me encantan los relatos ambientados en la prehistoria. Conocer las condiciones en que se vivía, la dura lucha por la supervivencia...una maravilla.