Cansada de la ciudad, aquella mañana de
marzo, decidí salir muy temprano hacia la comarca francesa de Languedoc. Desde
muy pequeña, había oído hablar del país de los cátaros y me sentía atraída por
su forma de vida, por su legado y, por supuesto, su misterioso tesoro.
Me
alojé en un pequeño hostal de Carcasonne. Cuando llegué, al anochecer, la vista
iluminada de la ciudad amurallada hizo que mis
pensamientos evocaran la clase de historia de mi profesora Leonor. Ella,
nos había contado la leyenda de Gastón, hombre cátaro que consiguió escapar de
la matanza de Montsegur y que se decía “guardaba el tesoro de los cátaros junto
al que habían traído los templarios de Tierra Santa”.
Después de ocho horas de sueño reparador, me dirigí en mi
coche al castillo de Montsegur. A lo
lejos ya se divisaban sus murallas. El parking estaba desierto a esas horas y
las nubes habían apartado al sol de este paisaje, dándole al bosque un aire
siniestro.
Caminé sola siguiendo la senda serpenteante que ascendía
hasta el castillo. Imaginaba a los soldados enviados por Roma, acechando entre
los árboles, a los habitantes de aquella fortaleza para que se rindieran. Recordé
historias de brujas y hechiceras, de hogueras y de muerte. Me percaté del
silencio que reinaba en aquel mundo. Ni un pájaro piaba y sentí frío. Me
acercaba a los muros de Montsegur.
En su interior sólo ruinas y silencio. Sentí lástima por
aquellas almas que dieron su vida en aquel bastión maldito. Las notaba
revolotear en el interior de mi corazón, pidiendo venganza.
De repente tropecé con una roca y caí al suelo. Me golpeé la
nariz y las gafas volaron, se despeñaron hacia el fondo del bosque. Me incorporé
pensando en el dineral que me costarían unas nuevas cuando descubrí la causante
de mi tropiezo.
No era una roca, era una piedra azul, brillante, como una
gema. La cogí y la miré deslumbrada. Sus rayos azules, al girarla, comenzaron a
surgir de ella, iluminando el castillo y señalando una oquedad al fondo de la
muralla, sepultada por una maraña de zarzas. Sin pensar en las consecuencias
seguí la línea de luz que surgía de la piedra hasta la cueva, pues era eso, la
entrada a una cueva. La propia piedra me guiaba, sentía su fuerza en mi mano, y
su luminosidad me permitía ver el interior oscuro. Una bandada de murciélagos
espantados voló sobre mi cabeza emitiendo chillidos. Grité a sabiendas de que
nadie iba a oírme. Caminé por el sinuoso y estrecho sendero hasta que comenzó a
abrirse para desembocar en una especie de habitáculo mayor. Las paredes estaban
decoradas por extraños signos e inscripciones. Me acerqué a una de ellas…¡Parecía
escrita en lengua de OC! Comencé a leer en voz alta mientras oía algo que se
arrastraba a mis espaldas. Giré la cabeza lentamente y vi a una mujer con una
antorcha.
-Has tardado demasiado,
Blanca.
¡Sabía mi nombre!…Era una
mujer bellísima. La piel clara y largos cabellos pelirrojos cayendo sobre los
hombros. ¡Se parecía a Leonor, mi profesora! Los ojos azules me miraron
esperanzados:
-Tenemos demasiadas
visitas. Tienes que tomar mi relevo o el tesoro correrá peligro.
-¿Eres Leonor? ¿De qué
tesoro me hablas, por qué he de tomar el relevo y para qué?
-Encontraste la piedra,
eres “la elegida”. Te hago entrega del tesoro, devuélveme la piedra.
Me tendió una caja de
madera labrada. La tomé entre mis manos, apenas pesaba. Ella cogió la piedra,
los rayos azules continuaban iluminando aquella escena de película de
aventuras. Yo obedecía como una autómata a todo lo que Leonor me decía. Al
final, mientras me acompañaba a la salida, me dijo que disiparía todas mis
dudas si buscaba un sitio seguro para la caja y acudía en cuarenta y ocho horas
a la capilla de la iglesia de Montserrat.
Caminé por el bosque y
pisé algo que chasqueó bajo mis pies. Eran mis gafas. Menos mal que en el coche
siempre llevaba otro par. Sin ellas no podría conducir. Ahora, con mis gafas aplastadas,
volví a sentir un crujido a mis espaldas. Me giré y descubrí a un caballero que
me sonreía.
-No te asustes, Blanca.
Soy Gastón, el último guardián de Montsegur. Eres la elegida, si, tú. Leonor
nos habló de tu vida. Siempre leyendo nuestra historia, admirándonos. Eres
parte nuestra. Tienes el corazón puro, sin heridas, sin odios, sin rencores
acumulados. Nuestro tesoro estará seguro en tus manos. Nunca harás uso de su
poder, por eso eres la guardiana del tesoro cátaro.
Y, sin dejarme tiempo para
contestarle, desapareció entre la espesura del bosque.
Regresé al refugio del
pequeño hostal y me tumbé en la cama. Necesitaba pensar. Todo parecía un sueño,
una película sacada de un arcón donde el travieso guionista moldeaba la trama
con mis recuerdos. Contemplé la caja y decidí llevarla a casa. Allí estaría
segura. En mi apartamento dónde nunca entraba nadie. En la soledad de las frías
paredes de mi hogar, ningún espía imaginaría que se escondía el tesoro cátaro,
el último poder aún vivo en la tierra.
Buena pareja de escritura. Felicidades.
ResponderEliminarMenudas aventureras estáis hechas, las dos!! ya os veo a ambas recorriendo el bosque! Molt bé!!
ResponderEliminarAplausos chicas, intriga hasta el final, choca un poco el giro brusco de la historia con el apartamento, por supuesto que allí estará seguro. Enhorabuena a las dos.
ResponderEliminarClaro, Yolanda. Regreso a la realidad del apartamento. Es como viajar en el tiempo pero en relato, me alegro que os haya gustado a todas
EliminarGracias, amigas. La primera vez que escribo un relato a dos manos y me ha resultado una experiencia bastante grata.
ResponderEliminarMuy bien escrito, lo cierto es que sabe a poco. enhorabuena a las dos
ResponderEliminarBuen relato, me dejáis con ganas de más aventuras! Enhorabuena!
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