- Esta vez te has pasado -le espetó Julieta muy seria.
- No lo creo -le contestó Miguel con aplomo.
Miguel se encogió de hombros, la miró con satisfacción, la atrajo hacia sí y la besó en los labios con desparpajo. Estaba exultante. Siempre le ocurría lo mismo. Cada vez que llegaban a una casa nueva y se instalaban, su primera reacción siempre era la misma. Se podía decir que era su sello de identidad.
De todas las jugarretas que había ideado, la de vaciar un poco de tierra de cada una de las macetas que encontraba por toda la casa y amontonarla a un lado, como si fueran pequeñas pirámides, era la que más le gustaba.
Los humanos solían culpar indistintamente a sus propias mascotas -siempre había un perro o un gato al que colgarle el sambenito-, a la posibilidad de que hubiera ratones, o incluso a sus hijos. En cualquier caso, la diversión para Miguel estaba asegurada.
Le encantaba ver sus caras de asombro recién levantados; su incredulidad y los comentarios -a cual más rocambolesco- para explicar cómo habían llegado esos montoncitos al suelo si las macetas no estaban volcadas; con qué facilidad discutía la pareja por los comentarios suscitados; el cachete -sin venir a cuento- que en más de una ocasión se llevaba el chaval de la casa. Le fascinaba observar el poder que, unos simples montones de tierra, ejercían sobre el mundo de los gigantes.
Sí, de todas sus artimañas, esta era su preferida. «Claro, que en eso Julieta tiene razón» -reflexionó Miguel-. «La familia va a extremar las precauciones: harán turnos de vigilancia, estarán más atentos a cualquier ruido nocturno. Y por otro lado, hace tiempo que mi amor insiste en que tengamos a nuestro diminuto. Tal vez, tenga razón. Quizás, esta vez, me he pasado.»
Miguel miró a Julieta con cariño. Había instalado la alcoba encima del armario, junto al ventanal. «¡Está tan guapa cuando su pelo negro destella a la luz de la luna!» -murmulló. Y sin pensarlo más, se dispuso a recoger los montones de tierra antes de que amaneciera.
Lapsus en el verbo, en el segundo párrafo, era en vez de es.
ResponderEliminarYa te echábamos de menos!! Un gusto leerte.
You're right. Ahora lo corrijo. Gracias, Malén.
EliminarBonita historia de amor entre una mujercilla y un hombrecillo. Sí, ya te echábamos de menos.
ResponderEliminarJo, con lo divertido que era molestar a los humanos.... que poder tenemos las mujeres, ¿eh? jeje
ResponderEliminarMe gustan el diálogo interno y la historia dentro de la historia que has creado.
ResponderEliminarQué bien que andes por aquí Geli, una gozada tus historias.
ResponderEliminarJeje,,,yo conozco a esos pequeñuelos...
ResponderEliminarPreciosa historia, Geli.
Sí, estos diminutos son muy traviesos. Muy divertido.
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