Todos los días
hago el mismo recorrido, voy dando un rodeo por la arboleda que conduce a St.
Jhones Road, me dirijo a la fábrica en la que trabajo desde hace un año. Todos
los días a la misma hora, de lunes a viernes.
Enviudé hace
tres años, un absurdo accidente mermó mi familia para siempre, mis hijos y yo,
quedamos huérfanos de amparo, ellos, también de padre.
Don Agustín,
me consiguió un empleo por horas en las oficinas de la empresa de su hermano,
gracias a ese dinero podemos ir tirando, sin holguras, sin recurrir a la
familia.
Agustín, así
es como le gusta que le llame en la intimidad, imparte clases de religión en el
colegio Católico de Grove Street, en el que mis hijos están becados. Todas las
tardes a la misma hora, de lunes a viernes, se recoloca junto a la ventana, como si de un escenario se
tratara y lee, recita calmo un pasaje de la Biblia a sus alumnos, siempre de
perfil y con la mirada dividida, esa posición de mayorazgo le proporciona un perspectiva
espléndida de la calle, al tiempo que le permite ocultar sus afanosos
pensamientos y ese alzacuellos siempre detractor.
¡Ay Agustín, Agustín! Hasta el nombre lo delata. Me ha gustado, Mer.
ResponderEliminarMuy bien contado, Mer. También me ha gustado.
ResponderEliminarNo hay que fiarse de nadie!! Muy bien!!
ResponderEliminarMer!!!!!! Qué escándalo! jajajaja. No te puedes imaginar lo cerca que está esta historia de ser real.... me has recordado a alguien...
ResponderEliminarWis dices que cerca de ser real? Yo creo que posiblemente sea real del todo. Me ha gustado mucho la historia Mer.
ResponderEliminarLa verdad es que en este mundo nada es lo que parece y ni un alzacuellos, ni una corbata, ni una medalla olímpica, ni escribir un libro garantizan la honestidad. Un gran relato Mer, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSois generosos, listos, guapos, altos, rubios, ricos en pensamientos...Por todo ello os doy las gracias.
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