Pasábamos el verano en un pequeño pueblo del interior de la provincia de Alicante. Corrían los años sesenta y el único espectáculo que había y al que podíamos asistir los niños de la familia era a la sesión doble continua del cine Aitana. Yo era la más pequeña y mis hermanos, aunque a empellones, habían de cargar conmigo. Siempre, eso sí, a la primera sesión. La de la noche estaba destinada a los adultos.
Bien pertrechados con nuestras gaseosas y la merienda preparada en una bolsa, acudíamos emocionados al cine, a pasar las tardes de los domingos. A la entrada, junto a la taquilla, unos grandes carteles dibujados a color con las caras de los protagonistas nos anunciaban la magia que nos estaba esperando: el oeste americano, el desierto de Arabia, la estepa rusa o los monstruos gigantescos de un viaje submarino. Y allí, mientras hacíamos la cola, se iniciaba mi fascinación al contemplarlos. Ese era el anticipo. Ya en el interior nos recibía una gran sala de pantalla gigantesca, repleta de incómodos asientos de madera abatibles que, por supuesto, nos pasaban desapercibidos. Las primeras filas sólo poseían bancos corridos sin respaldo, por lo que siempre urgía llegar bien pronto para coger un buen sitio.
Las películas eran lo de menos a nuestra corta edad. Lo verdaderamente importante era la ventana que se abría ante nosotros cuando la sala se oscurecía. Y empezaba la aventura y nos sumergíamos en otros mundos.Veíamos maravillados vidas de lujo, paisajes lejanos, realidades que nada tenían que ver con la nuestra, soldados que batallaban en grandes guerras, tiroteos y persecuciones a galope de caballos, bailes y escenas de amor y múltiples situaciones tan diferentes que nos hacían perder, con los ojos abiertos como platos, cualquier contacto con la realidad.
Los bellos galanes y hermosas mujeres de la pantalla me hacían soñar y sentirme uno de ellos, mi cuerpo bailaba al compás de las bandas sonoras. Entre música y bailes, mis hermanos se olvidaban de mí y volvían a casa.
Mi padre, ya acostumbrado, me recogía del asiento con sus fuertes brazos, mientras yo seguía soñando:
-¡Vamos, Lilí, ya es hora de irse a la cama!
La sesión de cine continuaba.
Malén, has conseguido una crónica profunda de lo significaba el cine de antaño y lo que siempre significa el cine para los pequeños; ...habian de cargar conmigo... , "habian", una expresión típica valenciana. Bonito relato.
ResponderEliminarMalén, consigues transmitir muy bien esas tardes de domingo, y la magia de la gran pantalla que todos nosotros hemos sentido alguna vez frente a ella en nuestra niñez. La única frase que no me acaba de convencer es esta:
ResponderEliminar"Ya en el interior nos recibía una gran sala de gigantesca pantalla,"
Esos dos adjetivos antepuestos a los sustantivos, tan cerquita...Me chirrían un poco. Pero es absolutamente subjetivo. Cuestión de gustos. Sólo eso. Me ha encantado este relato tuyo. Bien plasmados los sentimientos.
Ahora mismo lo cambio.
EliminarMe parece un relato realmente hermoso. Creo que alguna vez os he comentado que mi padre era el encargado de varios ciens de Torrevieja, entre ellos dos de verano. Todo eso que narras los han vivido mis hermanos mayores y, aunque casi por poco, yo también. Es más, algunos años más tarde trabajé en el último cine de verano que quedaba en Torrevieja (y que ya no llevaba mi padre), en la repostería y en la taquilla. Noches eternas de verano a ritmo de películas y palomitas, de cenas y cigarrillos, de bobinas desenfocadas y saltos de película. Gracias Malén por hacerme recordar...
ResponderEliminarDonde dije "ciens" quise decir "cines"... Ay, tantos años de mecanografía para esto,jajajaja.
ResponderEliminarPrecioso malén. Se nota que hemos pasado por las mismas viviencias cuando éramos niños.
ResponderEliminarNo sé dónde pero ya lo había leído. Muy bueno, Maga.
ResponderEliminarCuando lo envié a un concurso
EliminarQué buen relato, Malén...me gusta el toque nostálgico de sus palabras.
ResponderEliminarDe acuerdo con todo, siento no haber disfrutado el placer de un cine de verano. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta que ese cine de verano fuera una ventana para sumergirte en otras vidas diferentes. Se nota el toque femenino del relato, a esa edad yo iba al cine con otras intenciones más sabinianas.
ResponderEliminar