jueves, 2 de febrero de 2012

El hombre del sombrero

A media mañana solía acudir al bar de la plazoleta. Era un lugar tranquilo, con sus mesas al sol en una zona peatonal de la ciudad. Un par de parroquianos, el camarero y el hombre del sombrero y su libro es lo que encontraba a diario. Parecía que allí el tiempo no transcurriera y todo siguiera de la misma manera día tras día.

A fuerza de pedir siempre manzanilla con miel y tostada con aceite y sal, el camarero acabó por no preguntarle qué deseaba y la servía sin más. En cuanto tomaba asiento, su tentempié aparecía presto en la mesa que ya consideraba como suya: junto a la cristalera del bar y enfrentada a la del hombre del sombrero quien, por un breve instante, interrumpía la lectura de su libro y la miraba cortés. Ella, a su vez, le dedicaba una sonrisa tímida.

El hombre, entonces, volvía a lo suyo, y ella, a garabatear sus ensoñaciones en una libreta. Comenzó describiendo cuanto la rodeaba: la fuente de tres caños, los maceteros circulares de hierro forjado, los comercios de barrio -angostos y pequeños- que daban a la plazoleta y el buzón de correos, que con su color sobresalía por encima de todo lo demás. Cuando ya no le quedó un solo rincón sobre el que escribir, continuó por los parroquianos y el camarero. Y por último, le llegó el turno al hombre del sombrero. Primero, se ocupó de su aspecto físico. Luego, se dedicó a inventarle vidas: de marinero retirado, de profesor de universidad, de recién viudo, de extranjero, de jubilado…

Sí, aquel lugar la sedujo, la atraía como a un niño una tienda de golosinas, y fiel a la seducción, acudía puntual cada mañana. Entre lecturas, garabatos, miradas cálidas y sonrisas a medias, transcurrió el verano.

Con los primeros vientos otoñales, un buen día -y por primera vez desde que comenzara a ser asidua del bar- cuando llegó, el hombre del sombrero no estaba.

Se sentó como de costumbre en su mesa frente a la del hombre del sombrero que ya no estaba. Se sentó sin esa mirada tierna y dulce que todos los días le había dado la bienvenida. Sacó la libreta y empezó a escribir. Inventó una historia para ambos. Imaginó que viajaban juntos en tren, que recorrían grandes extensiones con las manos entrelazadas y el espíritu en armonía.

Escribió sin pausa. La manzanilla, intacta, se le había enfriado. Terminó y dejó la pluma a un lado. Supo entonces que no era aquel lugar sino el hombre del sombrero, quien la había seducido. Lamentó no haberle dedicado nunca otra cosa, excepto una sonrisa tímida.

11 comentarios:

  1. Ay!! Siempre parece que llegamos tarde. Muy bonito, Geli, pero quitaría un pronombre "los", que chirría por ahí arriba " se los servía..." sería mejor "las" pq. son femeninos la manzanilla y las tostadas, o bien lo eliminas y dejas y "la servía sin más", porque ya se sobreentiende.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Malén, tu opción la pensé y al final no la modifiqué. Ahora corrijo. Muchas gracias

      Eliminar
  2. Me ha encantado Geli, es precioso tu relato. Estoy de acuerdo con Malén en cuanto al pronombre "los", a mí también me ha chirriado. Bsos.

    ResponderEliminar
  3. Me gustaría haber sido alguna vez el hombre del sombrero para alguien. Qué buen ritmo Geli, qué prosa, qué descripciones, qué comas más bien colocadas. (Te envidio desde el cariño).

    ResponderEliminar
  4. qué comas más bien colocadas...jajajaja. Me encanta que me hagan reír. Un abrazo, Fernando.

    ResponderEliminar
  5. Hermosa esa añoranza de lo que pudo ser. Seguro, Fernando que todos hemos sido más de una vez "el hombre del sombrero".
    Impecable el relato, me gusta que suba el nivel de VE.

    ResponderEliminar
  6. Precioso relato Geli, una seducción perdida, lástima!!!!

    ResponderEliminar
  7. En verdad que es un relato bien escrito y muy, muy sugerente. Enhorabuena, Geli.

    ResponderEliminar
  8. Excelente relato, Geli. Creo que hay al final dos "se sentó" y " que no estaba" muy próximos.
    Quizás "Inventó una historia para ambos", para no repetir el hombre del sombrero.
    Al final "Lamentó no haberle dedicado nunca otra cosa, excepto una sonrisa tímida." me desconcierta porque dices al principio que se dedicaban varias sonrisas "del hombre del sombrero quien, por un breve instante, interrumpía la lectura de su libro y la miraba cortés. Ella, a su vez, le dedicaba una sonrisa tímida." como parte de una rutina, que al final creo que se contradice porque se lamenta de haberle dedicado sólo una.
    Ya sé que son detalles sin importancia pero corrígeme si me equivoco.
    Enorabuena, te sigo, ya lo sabes, aunque a veces no sepa qué decir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Eufrasio por tus observaciones. Vayamos por partes. Es cierto. Ese "se sentó" se repite, pero es una repetición consciente.Para realzar que ese momento era crucial.

      Respecto a "una sonrisa tímida" creo que por el contexto queda claro que es una generalización. Podría haber usado el plural, pero creo que tiene más fuerza así.

      Eliminar
  9. Bravo Geli, precioso relato. No hay que retocar nada está inmaculado. Felicidades compañera.

    ResponderEliminar