El tenía dieciocho años, una
mente llena de inquietudes, de ganas de luchar y de nuevas expectativas para
los más desfavorecidos. Estudiaba ciencias económicas en la universidad de Valencia
y, aunque había nacido en una familia acomodada, ingresó en el partido
comunista.
Cuando su padre se enteró, le dijo que se
borrara de sus filas, que eso era peligroso, pero él no le hizo caso y continuó
ayudando al partido todo lo que le permitían sus estudios.
Un día, su madre, limpiando su habitación,
descubrió en uno de sus estantes un montón de octavillas informativas de las
actividades clandestinas del partido. La hoz y el martillo, junto a la bandera
republicana, hicieron que se asustara tanto, que las hojas de papel se derramaron
por el suelo. Ella ya había saboreado desde los doce años la represión que
significaba el gobierno del “generalísimo”. El pánico volvió a fustigarla, con
nerviosismo, colocó todo en su sitio y terminó de limpiar la habitación.
Cuando él llegó a casa, su madre le estaba
esperando. Le hizo que se sentara y, en medio de sollozos, le pidió que se
deshiciera de todo, que bastante había sufrido por sus hermanos durante la
guerra, que fuera consciente de que si en la facultad alguien se enteraba de
sus actividades, podría denunciarlo y terminaría en la cárcel.
Se llevó todo lo que tenía en su cuarto
para que su madre no sufriera. Lo hizo sólo por ella. El continuó,
solapadamente, trabajando para el partido. Su hermana, que entonces contaba con
trece años, asistió, en silenció, a todo lo acontecido. Ella le admiraba, era
su modelo a seguir y quería ser su cómplice, pero tenía que crecer más.
Pasaron algunos años, el dictador murió. En
las aulas de las facultades los ánimos estaban encendidos, se protestaba por casi
todo…porque casi nada había cambiado. Los grises, a caballo, patrullaban
diariamente por el campus y los estudiantes continuábamos reclamando nuestros
derechos y también los de los demás. Las cargas policiales y las detenciones eran diarias. Ahora, los dos
hermanos ya eran cómplices. Ella había leído todos los libros que tenía su
hermano en la biblioteca. Veían las mismas películas y a la hora de comer,
discutían de política con sus padres sin que ellos se enteraran de que, ahora, era
ella la que corría delante de la policía.
¡¡¡Dios que recuerdos!!!. Ahora son nuestros hijos que corren por delante de los grises. Que triste
ResponderEliminarQué suerte Amparo, los hermanos mayores sabían todo lo que nosotras desconocíamos de la vida; de ahí que fueran nuestros modelos, tan orgullosas de ellos!!
ResponderEliminarAmparo, esta vez eres tú la que me ha hecho llorar y tengo que tragarme las lágrimas y callarme.
ResponderEliminarPues no te las tragues, REPRIMIRSE ES MALO, suelta las lágrimas y quédate tranquila. Yo ya lo he hecho.
EliminarAmparo, eres una escritora de garra. Me has emocionado hasta el extremo y has logrado atraparme desde la primera frase. Como en el caso del relato de Lu, la verdad se abre camino a través de lo que cuentas con tal fuerza que es imposible resistirse. Enhorabuena y gracias por regalarnos tus letras...
ResponderEliminarP.D: Creo que con estos relatos os estoy conociendo un poco más... Qué curioso que tenga que ser con un tema tan, aparentemente, susceptible de caer en la demagogia con el que nos abramos en canal... Me gusta, me gusta y me gusta. Bravo!
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EliminarGracias, Marco. Es real todo lo que cuento. El protagonista es mi hermano y yo aparezco en el final. Ya no está conmigo, murió de leucemia con treinta y dos años y dos niños casi bebés. Le echo tanto de menos...
EliminarAmparo de alguna manera tu hermano sigue vivo gracias a la fuerza de tu recuerdo hacia él. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Yolanda, yo no hay día que pase sin acordarme de él.
Eliminar¡Menudo relato, Amparo! Me quito el sombrero. ¡Precioso!
ResponderEliminarYo tambié he utilizado la famosa frase hecha de "el miedo recorrió sus venas". Lo cambio.
EliminarMe gusta mucho esa actitud tuya tan positiva respecto al aprendizaje.
EliminarHermoso relato Amparo. Felicidades.
ResponderEliminarUn relato muy cuidado y emotivo, es tu "Cuéntame" personal y cuando se cuenta lo propio, uno se muestra como es y así te ha salido el texto. Muy bien Amparo.
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