El anciano obsequió al joven con un ‘Buenas tardes’ sentándose a su lado en el soleado banco, no sin antes
colocar un folleto de propaganda entre la madera y sus glúteos, a modo de
aislante. Al adolescente le impresionó el venerable aspecto de aquel hombre,
cuya edad calculó sobrepasaría los setenta y cinco años; el hecho de que
luciera un impecable traje con corbata oscura y se ayudara de un bastón, atrajo
también su interés.
En un momento dado, mientras varios mocosos jugaban correteando por las
proximidades, el viejo esbozó un puchero y unas lágrimas comenzaron a recorrer
sus mejillas. Preocupado por ello, su compañero de asiento le preguntó si se
encontraba bien, si necesitaba ayuda. Tras secarse la cara con un pañuelo, en el
que se distinguía la letra ‘P’ bordada en una de sus esquinas, el hombre
comentó que no ocurría nada. Su tristeza, explicó, se debía a que desde hacía
más de veinticinco años no dejaba de pensar ni un solo día en su única hija,
que debido a un accidente de tráfico falleció junto al niño que esperaba,
percance que poco después pasó también la factura de la vida a su propia mujer.
El joven, conmovido por la historia, sintió en ese instante que una
poderosa y misteriosa energía les atraía irreversiblemente, por lo que de
súbito le propuso un trato. ‘Usted perdió a sus seres más queridos y todos mis abuelos murieron antes
de que yo fuera capaz de conocerlos; déjeme ser el nieto que nunca tuvo. Le
aseguro que, excepto un poco de cariño, jamás le pediré nada a cambio’. El anciano sonrió con excepcional dulzura, le pasó la mano por su cabeza
y dijo: ‘Bienvenido a la familia, muchacho’.
Entrañable y muy bonito, Rafa. A los que nos falta algun ser querido, a veces, nos gustaría encontrar a alguien al que darle todo ese cariño. Un besazo.
ResponderEliminarQué bonito.
ResponderEliminarQué tierno, Rafa... Un precioso cuento de Navidad. Ojalá hubiera más de esos jóvenes que todavía respetan y veneran a sus mayores...
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EliminarHermoso relato, Rafa, felicidades.
ResponderEliminar¡Bonita historia Rafa!
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