Fue todo tan sencillo y
natural que, la idea de que vuelva a suceder me cubre el cuerpo de sudores
cálidos y melosos…
Nunca la sentí tan sensual como
aquella noche en mi casa, tan curvilínea, tan desinhibida. Llevaba un vestido
rojo ajustado, el pelo alborotado y el movimiento de las carnes en una armonía
perfecta.
La besé en el cuello con suavidad,
estábamos solas en la cocina, de fondo, se oía un murmullo de voces descoloridas.
Ella se volvió despacio y sonrió,
a mordiscos canallas me comió con firmeza la boca sin respiro. Sus manos, esas
manos livianas como plumas, fueron deslizándose por mi cuerpo empezando por las
sienes, luego, se escurrieron hasta mi pecho sin retozar en el escote, siguieron
el trazo de mi cintura para terminar en las nalgas, recorriendo centímetro a
centímetro el perímetro imaginario de mí deseo…
La cogí por el talle y le di media
vuelta, su espalda contra mi pecho, apreté con toda la fuerza que me entregó mi
ánimo. Un gemido escapó de su garganta y yo, de un golpe seco, dejé chapotear un
chorro de agua para confundir su suspiro. Viajé nerviosa por su anatomía
externa y con gran delicadeza flexioné las rodillas para ceñirme más a su
cuerpo, para abrigar el instante en que nos fundimos en un encaje de placer, en
un enredo sin sentido…
De pronto, nos entró la risa al escuchar en eco:
- ¡Chicas! ¿Dónde están esos
hielos?
Una descripción de "ese momento" audaz y elegante a la vez. Muy bien narrado.¡Lástima la interrupción!
ResponderEliminarBonito título y mejor relato!! Enhorabuena!!
ResponderEliminarMuy bueno, Mercedes, la frase final es un buen remate. Felicidades.
ResponderEliminarQué pena lo de los hielos, jijiiji
ResponderEliminarCon todo lujo de detalles. Realmente erótico tu relato.
ResponderEliminar