MEMORIAS – El bicho de
pantalón corto
Aquella mañana jugábamos en el campito. Así
llamábamos a aquel pedazo de tierra, ligeramente elevado del camino, justo
enfrente al portal de casa, debajo de la ventana de la sala, o lo que es lo
mismo, bajo la atenta vigilancia (solo a veces) de mamá.
Ese campito lo era todo para nosotros, niños de
apenas seis o siete años, nuestra enorme fantasía, e incipiente ingenio que podíamos
desarrollar en aquellos veinte o treinta metros cuadrados. Siempre que mamá no
tendía las sábanas al clareo, podía ser un campo de fútbol, o la isla del
tesoro (en una esquina llegamos a perforar un agujero de casi metro y medio,
por lo menos, tan solo con palos y las manos, por supuesto sin éxito alguno).
Podía ser una jungla llena de animales terribles y peligrosos: arañas, grillos,
saltamontes, algún que otro escarabajo pelotero y millones de hormigas.
Pero aquella mañana… aquella mañana era nuestro
fuerte inexpugnable, y lo defendíamos con sudor y sangre (las rodillas
destrozadas de tirarnos en la tierra) del enemigo invasor: los escasos
automóviles que pasaban por el camino, dos metros debajo de nosotros.
Tan solo eran terrones de tierra los que
tirábamos, las piedras estaban prohibidas, que no éramos tan gamberros, pero
las corridas y las risas después de una diana, eran apoteósicas.
Entonces llegó. Blanco y con el techo negro,
más largo que un día de escuela. Era un Dodge Dart, y dentro nada menos que un
“jodechinchos” (en jerga, el típico veraneante forastero, casi siempre del
interior del país, tirando más bien hacia el centro de la Meseta). No fallamos
ni un tiro, y sin embargo ni frenó, siguió su camino como si nada, como el que
oye llover. Mejor, así nos ahorramos la carrera. Solo las risas.
No habían pasado muchos minutos cuando, por
detrás, algo grande, enorme, y tremendamente feo, se nos echo encima. Echamos a
correr como posesos, aunque poco daban de sí las pequeñas piernecitas. Pudo
agarrar a uno, al de siempre… a mí. No se si me llegue a mear encima, esa parte
la ignora mi subconsciente, pero juro que cada vez que me cruzo con un bulldog
veo su cara, y se me eriza el vello.
Trincado como un fardo, bajo su brazo derecho,
me subió las tres plantas hasta el piso. Previamente me había sonsacado toda la
información necesaria que este chiquitajo, esmirriaducho, fue incapaz de
negarle.
Llamó al timbre de la puerta. Yo era incapaz de
llorar del espanto que llevaba. Mi madre abrió.
- Señora, esto que traigo aquí no es un niño,
esto es un bicho con pantalón corto.
Mi mamá me miró, solo un segundo, luego miró
fijamente a aquel hombre. No pronunció
palabra. Le soltó un guantazo que temblaron los cimientos del edificio.
El me soltó a mi, y yo solté… yo no solté nada, pero salté como un gato dentro
de la vivienda. Ella cerró la puerta de golpe, dejando al gigante, de sandalias
con calcetines blancos y bermudas, plantado sin saber como reaccionar. Al fin
se dio media vuelta y se fue sin más.
Lo siguiente, y final, ya fue tan solo un
monologo de su zapatilla izquierda en mi trasero.
- Foixos -
- Foixos -
Me has hecho recordar episodios de mi niñez junto a mi pandilla. Muy bien contado Foixos.
ResponderEliminarGracias Amparo, son recuerdos que siempre están presentes. A pesar de todo, los 60 para mi fueron muy entrañables.
EliminarEntrañable relato, Foixos.
ResponderEliminarLucrecia, gracias son parte importante de mi vida estos recuerdos que hoy estoy compartiendo con todos vosotros
EliminarMuy bueno, Reca. Este relato creo que no lo había leído aún. Muy interesantes tus recuerdos, espero seguir leyendo más. Un abrazo.
ResponderEliminarRafa, sabía que aún no lo habías leido, por eso tenía un poco más de interés en publicarlo.
EliminarMuy bueno, Reca. Este relato creo que no lo había leído aún. Muy interesantes tus recuerdos, espero seguir leyendo más. Un abrazo.
ResponderEliminarEstupendo, ambientado de forma única y te teletransporta al instante, nada más empezar. Mis más sinceras felicitaciones.
ResponderEliminarMi buen amigo Pernando Gaztelu, que gusto volver a hablar contigo otra vez (después de las lagrimas). El recordar la infancia con claridad es una mala señal... a más años cumplidos más claros los recuerdos...Uf.
EliminarLos recuerdos de los 60 son imborrables y no nos avisaron de su importancia. También son los míos. Me ha encntado.
ResponderEliminarMuchas gracias Malén, tienes toda la razón. Un beso
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