Acababa
de tragar el último bocado de mi frugal cena. Esa misma tarde había tenido una
fuerte discusión con mi ex y me encontraba triste y desfondada. Justo en ese
momento noté la presencia de un ser extraño en mi cocina. Había entrado por la
puerta de la terraza y mis delicados tímpanos habían oído un débil sonido así
como…”plof”.
El
respaldo de la silla que tenía enfrente me tapaba la vista del suelo y tuve que
incorporarme. La pata metálica de mi asiento chirrió contra la baldosa y ese “ser”
emprendió un potente despegue hacia el interior de la estancia sin un rumbo
fijo, más bien errático.
El
animal -que lo era-, le pareció a mis ojos y a mi estado de ánimo del tamaño
de un helicóptero de combate “Tigre”. El
pánico se había apoderado de mí. Sentía cómo se erizaban todos los vellos de mi
cuerpo. El de la cabeza también. Las órbitas de mis ojos se encontraban
paralizadas, incapaces de girar y localizar al intruso.
Sin
hacer el menor ruido, salí de la cocina y cerré la puerta. Prefería que, lo que
aquello fuera, se quedara dentro, era mejor tener acotada el área de la próxima
ofensiva.
Una
vez fuera, intenté relajarme para poder pensar con claridad. Primero tenía que
identificar al enemigo -una sabia decisión si hubiese existido contacto visual ,
que no era el caso-. Sin embargo, esto era primordial. ¿Era un pájaro? No. ¿Un
insecto? Sí, lo más seguro. Recordaba haber distinguido el brillo de la
queratina propio de estos bichos. Pero… ¿Ese tamaño? ¿De qué insecto se
trataba? Una cucaracha americana, seguro. Odiaba a esas rojizas criaturas. Me
había pasado todo el verano intentando erradicarlas utilizando todo tipo de
artilugios: eléctricos, aerosoles, trampas, líquidos para fregar el suelo con
efecto insecticida, mosquiteras, la zapatilla… Pero el vuelo me confundía. Las
he visto correr y dicen que también pueden volar pero… tal y como volaba aquel
monstruo…
Estaba
claro que necesitaba una imagen. Todos los insecticidas llevan al dorso del
envase un largo listado de bichos a los que son capaces de eliminar. Si contra
el que se pretende luchar no está en el listado, no hay que esforzarse. Se
corre el peligro de asfixiarse uno mismo antes de acabar con él. Así pues, me
decidí a entrar en la cocina. Más que nada, para coger el aerosol que se
encontraba en un armario. Escogería el de matar cucarachas. No había que andar
con tonterías. Pero… ¿entraría así, a pelo, con el vestidito de tirantes? Ni
hablar. Tenía que protegerme del cuerpo a cuerpo. Cogí lo primero que encontré
en el baño: un albornoz con capucha de Ágata Ruiz de la Prada color rosa con
unos tulipanes de colores primorosamente bordados. Así, sí.
Entré
sigilosamente de puntillas, con la cabeza gacha y cubierta con la capucha.
Saqué del armario el insecticida y me quedé muy quieta. Mis retinas
emprendieron un barrido por las paredes, el techo, las cortinas…¡¡¡NOOOOOOO!!!!!!
Allí estaba. Era un saltamontes!!!!!!
Que
mi amiga Eulalia me perdone... ¡odio a esos bichos! Ella me diría: “Coge una escoba
y, sin hacerle daño, ayúdale a salir”. ¡Ja! Ése era capaz de cogerme con las
patas, raptarme y luego dejarme caer por cualquier paraje inhóspito. Tenía que
acabar con él.
Como
si me estuviera adivinando el pensamiento, vi claramente, cómo se impulsaba con
sus patas traseras. El tamaño de aquellos muslos me recordó los de un campeón de halterofilia. Emprendió de nuevo el vuelo, abriendo sus largas y
membranosas alas ¡Qué asco! Pasó por encima de mi cabeza y se detuvo en la
pared, justo detrás de mí. Sentía su presencia. La superficie lisa y blanca de
la pared no parecía gustarle demasiado. Se resbalaba, tal vez por su propio y
enorme peso, estaba poniéndose nervioso y dudaba entre sujetarse de nuevo y
volar. Yo le miraba de reojo sin perder la poca sangre fría que me quedaba. En esos
momentos, pertrechada con mi albornoz y mi bote de insecticida, me sentí como
Sigurney Weaver en el episodio de Alien, el octavo pasajero. Entonces
disparé, todo lo fuerte que me permitía el bote de Cucal. Acompañé el disparo
con un sonoro grito de guerra –lo había visto en todas las películas de Rambo-.
Sabía que el saltamontes no estaba en la lista del dorso, pero era lo único que
tenía. El animal, sin inmutarse por la ráfaga del spray, corrió –más bien,
voló-, a refugiarse donde pudo y supo: detrás justo de las botellas de aceite.
Botellas, sí: de oliva virgen para freir, de oliva virgen extra para las ensaladas,
de girasol que ahora dicen que también es muy sano y para la repostería va
fenomenal, de oliva con hierbas aromáticas para asar la carne, aromatizado con
trufa… Bueno, no me voy a extender más porque al lado tengo las especias y estamos en un blog de micros.
Se
hizo el silencio y la calma volvió a la escena de la pelea. Esperé unos minutos
todavía armada y protegida a pesar del calor. Nada. Empecé a emitir pequeños
sonidos como: un silbido, una patadita en el suelo... Nada. Me armé de valor y me
puse agua en un vaso, bebí, me tomé un Valium 5 y me fui derecha a la cama no
sin dejar la ventana abierta por si “Él” abandonaba su escondite y decidía
salir.
A
la mañana siguiente, entré despacio a prepararme el desayuno. Ni rastro. Aún
nerviosa evité coger la aceitera y no me hice tostadas. Llegó Lily que se extrañó
de mi cambio en la dieta. Salí con ella a la terraza, no quería hacerlo sola.
Entonces me cogí de su brazo. ¡¡Estaba en la barandilla!! Con voz entrecortada
y la mano temblorosa señalé al insecto. Ella me miró y con sus habituales
carcajadas lo cogió con la mano y lo lanzó al vacío…
¿Cuántas
episodios se hicieron de Alien…?
Amparo, está claro que narras una experiencia personal, pues trasladas magníficamente el terror y los sentimientos que te asaltaron por la intrusión del pobre bicho. Es muy divertido y me alegro que todo se saldara sin víctimas ni daños colaterales. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Rafa!
EliminarEscribir un relato de humor es dificilísimo, y tú lo has conseguido. La narración está repleta de toques de ironía muy divertidos. Es muy ágil y entretenido. En fin, ¡MUY BUENO!. Solo he observado una frase que pueda ser mejorable: "El animal -que lo era-, a mis ojos y a mi estado de ánimo les pareció del tamaño de un helicóptero de combate “Tigre”." Creo que quedaría más natural así "El animal -que lo era- le pareció, a mis ojos y a mi estado de ánimo,del tamaño de...". No sé que te parece. Un abrazo
ResponderEliminarMe parece perfecto David. La verdad es que esa frase me rechinaba todo el tiempo, pero estoy muy atascada últimamente. ¡Gracias!
EliminarMe gustaría que este relato se entendiera como una especie de ejercicio. Últimamente me cuesta mucho escribir...
ResponderEliminarMuy bueno Amparo, ¡te acompaño en el sentimiento! si vieras los híbridos entre escarabajo pelotonero y polilla gigante que acuden por la noche a la luz de la puerta, aquí, en medio del campo... nos fletábamos, pero ya, una nave espacial rumbo a Cucal-landia. Abrazos¡¡
ResponderEliminarJajajaja, gracias Asun!!
EliminarAmparo, narras estupendamente el pavor que tiene tu protagonista por los bichos de cualquier clase. Un ejercicio de sobresaliente.
ResponderEliminarGracias, Fina. Eres un CIELO!!!!
EliminarCómo me gustaría escribir en tono de humor como tú, es que lo llevas dentro, querida. Una narración muy real, hasta en lo que diría tu amiga Eulalia. Excellent.
ResponderEliminarGracias, amiga. Pesadilla de noche! A punto estuve de llamarte para pedir consejo... Un besote!
EliminarTotalmente de acuerdo con el tono del comentario de Eulalia. El humor muy bien conseguido. Menos mal que te estás ejercitando, no sé qué haremos cuando ya estés en forma. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Malén. Un abrazo!!
Eliminar