sábado, 14 de septiembre de 2013
¡Adiós, ingrato!
Había oído hablar muchas veces de “el miedo a la hoja en blanco”. Lo había visto escenificado en diversas películas, la agobiante y muda parálisis de artistas o escritores en el inicio del proceso de creación, a punto de comenzar su obra. Sin embargo, la escena fílmica que más le aterraba era aquella de “El resplandor” en que la joven protagonista descubre que su cada vez más irascible marido ha estado tecleando, repetida y compulsivamente, la misma frase en todas las hojas del montón de folios que se suponía debía contener su próxima novela.
Afortunadamente, nunca había experimentado una situación parecida. Amaba las hojas en blanco, contemplaba los paquetes de folios de su estantería con gran alivio, sabía que estaban ahí, disciplinadamente empaquetados, esperando a que los llenara de palabras, rimas, frases, párrafos, puntos y comas, de historias que dotarían a cada uno de ellos de una personalidad única, todos iguales pero diferentes gracias a él.
El apego era mutuo, no sin cierto temor, pues los folios habían visto con sus propios ojos, cómo si el resultado no era el esperado, la ira de su protector los hacía trizas, acabando con muchos de ellos concienzudamente, rotos en pedacitos y tirados a la papelera; era muy meticuloso, rompía los folios uno por uno, los desgarraba, hasta convertirlos en minúsculos trozos de no más de uno o dos centímetros de diámetro, sin dejar entera una sola palabra.
Una tarde hubo mucho trajín en la casa, desde la estantería del despacho se oían los golpes sordos de pesados paquetes dejados caer, con mucho cuidado, sobre el parquet de la entrada. Los folios se morían por saber qué ocurría, pero el peso de unos con otros los paralizaba. Por suerte, uno de ellos había quedado enganchado, tan sólo por una esquina, en el rodillo de la máquina de escribir; todos lo animaron a hacer el esfuerzo de soltarse y ayudado por una ráfaga repentina de viento voló con gran ímpetu hacia el pasillo.
Desde mitad del corredor se veía perfectamente la entrada del piso, grandes cajas de cartón reposaban en el suelo y el escritor las iba abriendo con gran expectación. Al decidido folio no le hizo falta ver el contenido, las imágenes en el embalaje ya presagiaban su terrible destino y, sobre todo, el fatal desenlace que le esperaba a su querida amiga, la vieja máquina de escribir. Ayudado por otra fuerte ventolera volvió rápidamente al despacho alertando a los demás. Un terrible helor recorrió cada una de las diminutas partículas de su celulosa, después temblaron presos del pánico y, finalmente, una incontenible furia se apoderó de todos ellos. La vieja máquina de escribir soltó un quejido desgarrador, el rodillo dio unas vueltas frenéticas sobre sí mismo y la cinta se desenrolló casi por completo saliendo de sus ejes. Sintieron una pena infinita al contemplar el sufrimiento de su vieja amiga, “doña teclas” la llamaban, por ser gruñona y quejicosa, aunque ésta vez con toda la razón del mundo. Decidieron vengar a su anciana amiga, ella no se podía mover de su emplazamiento, era demasiado pesada, así que, haciendo un esfuerzo sobremanera, se fueron deslizando poco a poco, resbalando del paquete que los contenía, hasta caer desparramados por el suelo de la habitación. Una definitiva ráfaga de viento huracanado, presagio de una poderosa tormenta, los ayudó a escapar, salieron todos volando y abandonaron despechados, la casa donde tan servicialmente habían habitado hasta ahora.
Ajeno a la revolución originada, el escritor fue trasladando al despacho las cajas. Lo primero era hacer sitio en la mesa, agarró bruscamente a la vieja máquina de escribir para depositarla en el fondo de un armario. Emplazó en el lugar elegido el ordenador, la pantalla, el teclado, la impresora… Cuando hubo terminado, se distanció un paso de la mesa y con los brazos en jarras, contempló los nuevos artilugios con gran satisfacción disponiéndose a encenderlos, estaba impaciente por comenzar a escribir…
... Un tremendo estruendo, seguido de numerosos rayos y relámpagos, retumbó por toda la casa, las luces se apagaron y todo quedó a oscuras. Corrió a la cocina a por velas, debía enviar su relato a la editorial hoy mismo por medio del correo electrónico, se había entretenido demasiado en el centro comercial y el tiempo se le había echado encima, lo escribiría a máquina, como siempre, y lo enviaría por mensajería urgente, no tenía tiempo para esperar a que volviera la luz. Se acercó a la estantería alumbrándose con el pequeño fulgor de una llama, “¡no podía ser!, ¿dónde estaban sus folios?”, un escalofrío recorrió su columna vertebral de principio a fin, un helado sudor comenzó a gotear por sus sienes. Ruidosamente revolvió toda la habitación, casi a tientas, sin encontrar mas que paquetes vacíos. La desesperación se apoderó de él; giraba sobre sí mismo incrédulo, comenzando un baile diabólico, cuando… oyó un crujido bajo sus pies, se agachó esperanzado y a la luz de la vela pudo leer en una hoja escrito repetidamente, cubriendo hasta el borde mismo del folio, sin márgenes, ni derecho, ni izquierdo, ni superior, ni inferior: “Adiós, ingrato. Adiós, ingrato. Adiós, ingrato. Adiós, ingrato…”
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Bienvenida a VE, Asun. Me hace mucha ilusión que hayas aceptado nuestra invitación. Y tu estreno, estupendo. Un magnífico cuento que, desde la óptica literaria, resalta el valor de la amistad y es todo él una metáfora de los cambios que se producen en esta sociedad y nos afectan a todos. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Rafa por invitarme y gracias a VE por acogerme con tanto cariño. La ilusión es mutua y seguro que no se desvanece, espero dar lo mejor de mí misma en ésta maravillosa comunidad. Abrazos.
EliminarHola, Asun. Tal y como dice Rafa el relato es excelente. Nos pones el listón muy alto... Bienvenida a Valencia escribe!!
ResponderEliminarHola Amparo, muchas gracias por la bienvenida¡¡. Tal vez sea el relato más 'inspirado', he de confesar que lo escribí de tirón, aunque como te dije lo repasé y revisé para su presentación ante vosotros, pues VE está colmado de imaginación y buenas letras, donde estoy segura podré aprender de todos vosotros. Un abrazo¡¡
EliminarExcelente relato. Cuenta más de lo que escribes. Aparentemente es solo una fábula de objetos animados. Pero sirve de reflexión sobre la dependencia de la tecnología. Basta que no haya electricidad para que toda nuestra civilización se hunda. Un abrazo Asun
ResponderEliminarDavid, pienso que tienes poderes telepáticos, ;-) en un principio al relato le acompañé como posdata una encendida soflama sobre los avances tecnológicos y sus consecuencias, pero finalmente la suprimí pensando en dejarlo más lúdico. Abrazos.
EliminarExcelente relato, Asun. Bienvenida a VE.
ResponderEliminarMuchas gracias Lu, de verdad que es un placer contar con vosotros. Un abrazo.
ResponderEliminarAsun, que alegría verte aquí también. Hace unas horas le comentaba a un buen amigo común que yo soy de la vieja escuela: me gusta escribir primero en papel y luego pasarlo al ordenador. Me encantó tu relato y se me acaba de iluminar la cara al verte en este rinconcito literario. Un beso
ResponderEliminarFoixos
Muchas gracias Reca, con ésta fabulosa bienvenida retomo nuevas fuerzas y energías que falta hacen. Muchos abrazos.
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