Nunca tuvo reparos en asegurar que
no tenía miedo a morir porque había leído varios libros que recopilaban
estudios médicos sobre experiencias cercanas a la muerte y demostraban, con
poco espacio para la duda, que existía otra vida tras el bastidor del último
suspiro. Y cada vez que lo mencionaba en sus conversaciones, ninguno de los
presentes –muchos de ellos personas que eran (en apariencia y al contrario de
él) sumamente fieles a su religión y consumados practicantes- podía dejar de
ocultar expresiones de asombro e incredulidad, eso cuando no iniciaban una airada
discusión sobre lo absurdo e irracional de sus argumentos, que por otra parte y
como ya hemos mencionado no eran suyos, sino de reconocidos científicos.
Pero pasó el tiempo y tanto él como
las personas a las que conocía fueron creciendo en años, en canas (las que
podían permitirse ese lujo) y en dolencias. Y entonces algunos de los que se
acordaban de sus palabras se atrevían a pensar o comentar “A lo mejor Fulano tenía razón…”, sin acabar de comprender, y
perdónenme ustedes la reiteración, que Fulano únicamente se había limitado a exponer
hipótesis de otros, conclusiones basadas en métodos de investigación empírico-analíticos.
A Fulano
lo enterraron ayer. En su sepelio todavía hubo alguien que apostilló: “Pobrecillo, qué chasco se habrá llevado”.
Ilustre este fulano, ni tiempo habré tenido de llevarse un chasco. Muy bueno, Rafa, como siempre.
ResponderEliminarMuy bien contado, Rafa.
ResponderEliminar"O no", podría apostillar Fulano, desde su más allá, jajaja. Muy buen relato Rafa, tratando con humor semejante tema.
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