Érase una vez un león llamado Leoncio. Era el mayor de cuatro hermanos. Cada día salían a cazar, pero a Leoncio eso le aburría. Él prefería mirarse en la charca y acicalarse su bonita melena dorada, afilarse las garras o limpiarse su cola. Un día no quiso acompañar a sus hermanos y esperó a la sombra de un arbusto. Cuando los otros tres llegaron con la cena, él se la quitó y les dijo que si no se la daban le chivaría a su mamá que llevaban tres días sin lavarse los dientes y ella los castigaría. Al día siguiente volvió a quitarles la cena, amenazándoles con decirle a mamá que habían ido solos al pantano de los cocodrilos, ¡con lo peligrosos que eran!. El tercer día también les arrebató la cena y si no se la daban le contaría a mamá la escapada a la montaña de las serpientes y el castigo sería duro. Los tres hermanos de Leoncio estaban un poco hartos de él, siempre tan presumido, tan vanidoso. Fue entonces cuando decidieron vengarse. Cazaron un conejo y dentro metieron unas bolitas rojas, que su madre les había dicho que nunca comieran porque les dejaría la boca muy dolorida. Aquella tarde, Leoncio todavía contemplaba su bonita melena en la charca. Se pusieron a su lado y un apetitoso conejo se reflejaba en el agua. Como era de esperar, se lo arranco de un zarpazo de la boca del hermano. Le dio un bocado y al momento, en su boca estalló un volcán de lumbre y brasas. Sonó un enorme rugido y salió corriendo a frotar su lengua por el barro. El dolor de su boca duró varios días y no le dejaba probar bocado. Delante de sus narices, los tres hermanos de Leoncio comían y se reían de él a carcajada. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
La venganza de los pequeños unidos contra el grande, una historia que se repite, y entre hermanos no es diferente, menos mal que la cosa no tiene graves consecuencias, el final feliz encantará a los niños amantes de los animales.
ResponderEliminarPobre Leancio... pero necesitaba una lección, seguro que la próxima vez colabora más con sus hermanos si quiere comer jaja
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