Despertó Heraclito de un profundísimo sueño junto a la hermosa Criseida. La vio alzarse del lecho desnuda, hacer sus abluciones en una jofaina llena de agua perfumada de romero y tomillo y envolverse en una túnica del color de la púrpura. Él permaneció recostado observándola. Encendió ella, luego, el fuego en el hogar y dispuso algunos pescados en una marmita en la que pronto empezó a bullir el aroma de una exquisita sopa. Míraba el oscuro embobado las filigranas del fuego.
- ¿No será el fuego, querida Criseida, la norma que rige el cosmos en todas las cosas en su incesante cambio?
Criseida lo miró perpleja sin entender nada y sin osar responder. ¿Por qué amaba ella a este hombre extraño y apartado de todos?-Este cosmos, sin duda, estimada Crise, no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue según medida. Medida, medida..., hay una medida, ha de haber una razón oculta bajo el aparente caos que nos envuelve...
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Heráclito, deja el fuego y atiende a Crise... Muy bueno Lucrecia.
ResponderEliminarHas seguido la saga, a eso me refería. Muy bien.
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