¡Para humor estoy yo que llevo todo el verano en un apartamento precioso frente al mar y no me atrevo a salir de él! Lo he intentado muchas veces, pero nada, que no puedo. Por las mañanas salgo a la terraza y contemplo un hermoso mar en calma y un cielo azul de ensueño. Ambos me llaman. ¡Leocadia, ven!, ven a bañarte en estas límpidas aguas que fortalecerán tus huesos. Ven a recibir una dosis justa de rayos solares que te aportaran vitamina D que tan beneficiosa es para tu salud. Y yo deseando, pero que no, que no me visto, no me pongo el bañador y no salgo. Eso sí, me desayuno un tazón de los grandes lleno de cereales integrales con leche y media torta de pasas y nueces que me sube la vecina cuando va a comprar el pan. La recibo en la puerta, le doy las gracias y no la dejo entrar en casa para que no vea mi absoluto desorden. A mediodía y por la noche como unos menús exquisitos que pido por teléfono al restaurante del barrio.
Las tardes son igualmente insoportables. Contemplo el paseo lleno de gente alegre andando de aquí para allá. En un balcón cercano entonan el "cumpleaños feliz", en otro mueven sin cesar el cubilete de dados del parchís y mi vecinita de abajo toca el saxofon, ya con cierta maestría, no con la pesadez con la que empezó hace 14 años. Yo quiero bajar a la calle, quiero pasear, tomar el aire y despejar esta cabecita mía que está cada día más sonada, pero nada que no puedo. En el armario guardo todo el vestuario de la temporada que me compré por catálogo, muerto de risa está el pobre, ni me atrevo a abrir la puerta para que no me diga alguna barbaridad. Qué ganas tengo de que llegue el invierno para estar tan a gusto metida en casa al amor de la chimenea.
Las tardes son igualmente insoportables. Contemplo el paseo lleno de gente alegre andando de aquí para allá. En un balcón cercano entonan el "cumpleaños feliz", en otro mueven sin cesar el cubilete de dados del parchís y mi vecinita de abajo toca el saxofon, ya con cierta maestría, no con la pesadez con la que empezó hace 14 años. Yo quiero bajar a la calle, quiero pasear, tomar el aire y despejar esta cabecita mía que está cada día más sonada, pero nada que no puedo. En el armario guardo todo el vestuario de la temporada que me compré por catálogo, muerto de risa está el pobre, ni me atrevo a abrir la puerta para que no me diga alguna barbaridad. Qué ganas tengo de que llegue el invierno para estar tan a gusto metida en casa al amor de la chimenea.
Tal vez Leocadia sufra de agorafobia, dile que podemos intercambiar su apto. con vistas al mar con mi casa. Besos.
ResponderEliminarLa pobre Leocadia no levanta cabeza, o está sola o demasiado acompañada. Le diré lo del intercambio, seguro que le parece una excelente idea.
ResponderEliminarDile a Leocadia que le cambio la ubicación del apartamento y el vestuario, a ver si hay suerte y usamos la mista talla.
ResponderEliminarCreo que Leocadia quiere invitaros unos días a veranear con ella para que la defendáis por si la ataca alguien cuando salgáis a la calle.
ResponderEliminarLeocadia,tu sí que has amortizado el apartamento,te felicito,porque seguro que barato no era,jejejje.
ResponderEliminarHola Lucrecia:
ResponderEliminartras una narración en primera persona, con cierto tinte cómico que da pie a una sonrisa, se entrevé una persona cargada de miedos y de complejos y, en resumen, con muy poco amor a sí misma.
Por tanto, en este relato, en apariencia simple por lo gráfico de las descripciones y la casi ausencia de figuras literarias, en mi opinión has sabido mostrar el dolor de alguien a quien la vida le da miedo, a quien falta la alegría de vivir.
Es genial Lucrecia, triste, pero con un rayito de optimismo, al menos, cuando llegue el invierno, Leocadia tendrá una buena excusa para quedarse en casa.
ResponderEliminarPobre Leocadia, ¡¡¡que la vecina busque a un médico por Dios!!!. ¿Está por aqui Alberto? igual la puede ayudar. Me gusto mucho Lucrecia
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