Crónicas del verano mallorquín
Las que tenemos la dicha de vivir en la isla de “la Calma” y decidimos reposar durante el verano, descansar, leer, y vivir ajenos a la invasión turística, en la medida de nuestras posibilidades, nos damos cuenta de que a pesar de nuestros denodados esfuerzos, tal idea es inverosímil.
Se inicia el largo goteo de familiares y amistades bajo la consigna común de “ya que vais a estar ahí… aprovechamos para visitaros”.
Y comienza nuestra larga agonía y las visitas se van instalando en nuestra casa. Eso sí, sucesivamente y no todos de golpe. Es entonces cuando pensamos que somos demasiado buenas, por no decir tontas. Claro que nos regocijamos de verlas pero…
La cuñada y sus dos hijos adolescentes que, como están de vacaciones suponen que tú no, porque estás en tu casa y cada día se levantan preguntando antes siquiera de tomar el desayuno: -¿qué planes hay para hoy? Y tú, como buena boba que eres, ¡hala! a organizar excursiones, comidas, paseos y salidas a calas atestadas de turistas… Y te conviertes cada día en la esclava que satisface hasta el mínimo de sus deseos y además, a su ritmo. Así, hasta que te das cuenta de que se te están acabando las ganas y deseos vacacionales. Y ya empiezas a añorar la vuelta al trabajo, tan relajado.
Pero cuando aún no te has repuesto del anterior estrés, llega la eterna amistad apática y sin iniciativas, a la que le va bien cualquier cosa que hagas, hasta el hecho de no hacer nada y que liquida tu paciencia y se convierte en tu sombra, instalada también ¿cómo no? en tu casa.
Todas estas agradables visitas implican, además, el hecho de introducirse en ese microcosmos imparable llamado aeropuerto, donde la realidad es inaudita e incomprensible. Gran circo repleto de tribus urbanas, grupos y hordas de turistas procedentes de todos los rincones del planeta, constantemente en movimiento. Unos se van rojos como tomates, otros llegan cargados con las más estrafalarias indumentarias: hombres vestidos con tutú como las bailarinas, otros con el gorro, las gafas y en slip de natación se pasean impunemente por el escaparate. Y tú, ahí parada, diciéndote, pero ¿esto qué es? ¿Qué pecado he de expiar? Yo sólo quería descansar y tumbarme a la bartola con mi libro y te sientes un ser de otro planeta. Realmente no entiendes nada. Es entonces cuando decides no pasar ni un verano más en tu querida isla, coger el portante y largarte, al Norte. Lejos, muy lejos.
Buena idea Magdalena vente para el Norte. Piensa que todo el jaleo de visitas lo compensa en vivir en tal bonito lugar ¿no?
ResponderEliminar¡Ay, Maga!, yo que iba a anunciarte mi próxima visita acompañada de varios familiares, mi perro y el vecin del segundo que ha enviudado y está depresivo. En fin, iremos a otro puerto. Eso sí, yo pensaba llegar en el velero de Valencia Escribe. Otra vez será. Se me ocurre que mientas y digas a todo el mundo que estás en Noruega, por ejemplo. Muy bueno, Mag y supongo que desafortunadamente real.
ResponderEliminarSí, se compensa a lo largo del año, pero en verano es mejor huir.
ResponderEliminarLu, tú sola vale, pero el resto de la comparsa,me- jor que se quede en el velero con el meneito.
jajaja..., era broma, Mag, pero sí es cierto que me gustaría ir alguna vez, el problema es que necesitamos dos semanas seguidas que no tenemos.
ResponderEliminarMuy bueno Magdalena. Tomo nota, jajajaja
ResponderEliminarEcho de menos en tu relato la llegada de las amigas divertidas,esas discretas que se acoplan a tu ritmo de vida pero que le aportan alegría y cariño o ¿no?
ResponderEliminar¡Felices vacaciones!
Magda,te aseguro que en "tu isla"hay unos hoteles buenisimos,puedes insinuarselo a la familia,jajaj
ResponderEliminarMariajo, ironía cariño.
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