Me sentía pequeña e indefensa ante su mirada, era una mirada de esas que te traspasan y te inmovilizan por dentro y por fuera, que te aturden y te llenan de rubor.
Miré a mi alrededor, veinticuatro pares de ojos más me miraban también, unos expectantes, otros cómplices, algunos con un brillo malsano…, todos acompañando su fulgor con un silencio denso.
-Vamos Martínez, ¿a qué espera para abrir su mano?
D. Faustino, inmisericorde, exigía implacable, conocer qué escondía mi mano izquierda.
La situación no podía ser más embarazosa; rendida a las circunstancias abrí mi mano, veinticuatro carcajadas fundidas en una rompieron el opresor silencio, dónde todos esperaban encontrar una chuleta (estábamos en mitad de un examen final), apareció una pequeña pata de conejo, hasta ese instante fiel amuleto de la buena suerte.
Muy bueno, Yolanda. Inesperado final.
ResponderEliminarLO mismo digo.
ResponderEliminar¡Ay,que suspense....!,espero no siguiera un suspenso,jejje.
ResponderEliminarTu patita le dio suerte a otros que aprovechando la confusión, copiaron.
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