Me presento. Soy el del otro lado. El no fumador.
Nunca me he quejado porque entendí hace décadas que era una lucha perdida. En casa era uno contra cuatro de los de paquete diario, así que crecí envuelto por ese humo blanco y denso que formaba parte de lo que era mi hogar en minoría. Llega un momento en el que casi te acostumbras a él, debe de ser algo parecido a lo que les ocurre a los que viven en Londres y andan rodeados por la niebla con una naturalidad pasmosa. Pues yo igual, comía con humo, me duchaba con humo, estudiaba con humo… Lo más gracioso es que pese a no haberme puesto un cigarrillo en la boca en toda mi vida aún siguen ofreciéndomelos a diario porque ese humo se ha debido de quedar pegado a mí de alguna forma invisible que sólo advierten los del otro equipo, los fumadores, y aunque me fastidie, en cierto modo, ahora soy uno más de ellos. No fumo, pero tengo cara de que sí.
Unos días antes de que mi abuela muriese entré a su habitación para despedirme de ella y sin dejarme ni abrir la boca, me pidió o más bien me exigió como última voluntad, que dejase de fumar y así se iría mucho más feliz de este mundo: “A mi no me engañas, hueles a tabaco que tira para atrás”.
Y con diecisiete años tuve una bronquitis aguda y mi médico me recomendó encarecidamente y delante de mis padres que debía dejar de fumar porque mis pulmones se estaban resintiendo. Esta vez, ni me preguntó, lo dio por hecho mientras redactaba la receta y yo con cuarenta grados no estaba para cansarme con explicaciones que él no iba a creer. En fin...
Desde entonces he seguido una vida apestada de humo como si tal cosa. Tanto mis amigos, como mis novias, como mi mujer han fumado y siguen haciéndolo pese a todas las prohibiciones de este gobierno, de los cartelitos de las cajetillas o de lo que les diga la Asociación Española contra el Cáncer, pero hay algo que sí que ha cambiado con todo eso y es que por fin puedo disfrutar de un desayuno que huele sólo a eso, a tostadas y a zumo de naranja, y aunque todo tiene sus inconvenientes porque casi siempre lo tengo que hacer a solas mientras los que me acompañan están en la calle fumando y poniéndome verde por ser uno de los tantos “poco comprensivos no fumadores“, no deja de ser uno de los mejores momentos del día cuando desde mi silla y mientras le doy un pequeño sorbo al zumo, los miró de reojo, sonrío y me digo a mí mismo, ¡anda y que les cunda!
Nunca me he quejado porque entendí hace décadas que era una lucha perdida. En casa era uno contra cuatro de los de paquete diario, así que crecí envuelto por ese humo blanco y denso que formaba parte de lo que era mi hogar en minoría. Llega un momento en el que casi te acostumbras a él, debe de ser algo parecido a lo que les ocurre a los que viven en Londres y andan rodeados por la niebla con una naturalidad pasmosa. Pues yo igual, comía con humo, me duchaba con humo, estudiaba con humo… Lo más gracioso es que pese a no haberme puesto un cigarrillo en la boca en toda mi vida aún siguen ofreciéndomelos a diario porque ese humo se ha debido de quedar pegado a mí de alguna forma invisible que sólo advierten los del otro equipo, los fumadores, y aunque me fastidie, en cierto modo, ahora soy uno más de ellos. No fumo, pero tengo cara de que sí.
Unos días antes de que mi abuela muriese entré a su habitación para despedirme de ella y sin dejarme ni abrir la boca, me pidió o más bien me exigió como última voluntad, que dejase de fumar y así se iría mucho más feliz de este mundo: “A mi no me engañas, hueles a tabaco que tira para atrás”.
Y con diecisiete años tuve una bronquitis aguda y mi médico me recomendó encarecidamente y delante de mis padres que debía dejar de fumar porque mis pulmones se estaban resintiendo. Esta vez, ni me preguntó, lo dio por hecho mientras redactaba la receta y yo con cuarenta grados no estaba para cansarme con explicaciones que él no iba a creer. En fin...
Desde entonces he seguido una vida apestada de humo como si tal cosa. Tanto mis amigos, como mis novias, como mi mujer han fumado y siguen haciéndolo pese a todas las prohibiciones de este gobierno, de los cartelitos de las cajetillas o de lo que les diga la Asociación Española contra el Cáncer, pero hay algo que sí que ha cambiado con todo eso y es que por fin puedo disfrutar de un desayuno que huele sólo a eso, a tostadas y a zumo de naranja, y aunque todo tiene sus inconvenientes porque casi siempre lo tengo que hacer a solas mientras los que me acompañan están en la calle fumando y poniéndome verde por ser uno de los tantos “poco comprensivos no fumadores“, no deja de ser uno de los mejores momentos del día cuando desde mi silla y mientras le doy un pequeño sorbo al zumo, los miró de reojo, sonrío y me digo a mí mismo, ¡anda y que les cunda!
Que ganas tenía de leer tus relatos Lara, me ha encantado y tienes toda la razón del mundo. Un abrazo murcianica.
ResponderEliminarHas descrito fenomenal al fumador pasivo. Sufriendo males provocados por los demás, claro que esto no pasa sólo con el tabaco.
ResponderEliminarMuy bueno, Lara, hechos demostrados, aunque a algunos les resulte difícil comprender este punto de vista.
ResponderEliminarMuy bueno el otro punto de vista!!
ResponderEliminarUna lección magistral para los que fuman, haber si se dan cuenta de los pobres fumadores pasivo. Muy bueno Lara, me alegro de que vuelvas a regalarnos tus escritos
ResponderEliminarMe he leído el relato sin saber quien lo había escrito y tras cada párrafo dibujaba en mi mente un signo de admiración, terminé de leerlo con envidia y curiosidad, vi al fin quien lo había escrito y me dije, ha vuelto fuerte la muy cabro... Muy bueno Lara.
ResponderEliminarTodos los puntos de vista son imprescindibles en esta historia del tabaco. Enhorabuena Lara, es un magnífico relato.
ResponderEliminarMuy bien Lara, a mí, como al resto también me ha gustado tu relato que parece autobiográfico y corrígeme si me equivoco. Enhorabuena.
ResponderEliminarTotalmente autobiográfico, aunque he querido cambiar el género del protagonista para despistar un poco... Cosa que no he conseguido.
ResponderEliminarGracias por el piropo Fernando, muaaaaaa