Eres un cobarde, pensó Bobby. Un maldito cobarde que se enroca justo en el momento más inoportuno. En su rostro se dibujó una sonrisa apenas perceptible, mientras con los dedos de su mano izquierda simulaba tocar una partitura de Liszt en un piano imaginario. Con el caballo se comió un triste peón ya resignado a morir y se dispuso a esperar el siguiente error encadenado de su adversario. No, ahora no, susurró. Un zumbido cada vez más fuerte se apoderó de su oído derecho. Cerró los ojos, tratando de controlar el mal momento que sin duda se avecinaba. Cuando los abrió y miró a su alrededor no vio el recinto donde se estaba celebrando la partida, sino el salón de la casa de sus padres. Su padre estaba sentado en un sillón junto al fuego de la chimenea, con su pipa, su bata y su libro de ensayos de Montaigne. Y allí también estaba él, con siete años de edad, tratando de que su padre le hiciera caso, se diera cuenta de que estaba apenas a medio metro de distancia, sosteniendo con sus pequeñas manos un juego de damas. ¿Jugamos?, preguntó con su voz de siete años. Su padre desclavó la mirada del libro para clavarla sobre el chico. Esa mirada pesaba como el plomo. La enorme mano de su padre se estrelló contra la cara del pequeño Bobby, haciéndole perder el equilibrio y caer. El sonido de las fichas esparcidas por el suelo, el hilo de sangre que comenzó a salir de su oído derecho, las lágrimas que, en un acto de rebeldía inusitada, se negaron a brotar y finalmente la frase que los labios de su padre escupieron con desprecio: jugar a las damas no es de caballeros. Todo fue cuestión de segundos. ¿Te encuentras bien? Bobby escuchó a su rival como si estuviera al otro lado del mundo. Por supuesto Boris, se oyó decir.
Tres minutos después el jaque mate era una realidad. Tras un frío apretón de manos Bobby volvió a desaparecer.
Genial. De principio a fin. El ritmo del relato, la manera de expresar todo lo que va sucediendo, la frase que también sirve de título. Nada sobra y nada falta.
ResponderEliminarCon este relato he recordado el viejo ajedrez que teníamos en casa y del cuál yo hacía uso de sus figuritas de madera para quitarles el polvo y nunca aprendí a jugar. Quizás me enseñes algun día ¿no? maravilloso relato hermano me ha llegado al corazón.
ResponderEliminarMuy bueno, Marco, felicidades.
ResponderEliminarMarco Antonio, no dejas de sorprender. Cruel, duro y muy bonito.
ResponderEliminarQué bueno Marco, una escena tan simple, tan cruel y tan bien redactada, que nos descubre la educación con mano de hierro del gran Fischer. Me dejas muerto.
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