Conocí a Adam y a su inexplicable poder un 16 de junio del año 2003. Un amigo y yo viajamos a Irlanda durante una semana entera, y decidimos celebrar el bloomsday en Dublín. Fuimos a Torre Martello y gritamos a los cuatro vientos nuestra pasión por Leopold Bloom y Stephen Dedalus. La gente pasaba bastante de nosotros. Yo llevaba un sombrero y un pañuelo anudado al cuello y mi amigo, Miguel, se pavoneaba con su bastón y su reloj de plata, que sacaba cada dos por tres del bolsillo de su chaleco. Entramos en una taberna a tomar unas pintas. Anochecía. Miguel estaba bastante borracho y me dijo que no se encontraba bien y que se largaba al hotel a descansar. Yo le había echado el ojo a una pelirroja que era clavadita a Maureen O´Hara, o eso me parecía, así que decidí quedarme a ver si yo era su hombre tranquilo. En ese instante entró Adam, seguido de dos tipos muy altos que parecían sus guardaespaldas. Adam llevaba una enorme maleta que, sin duda, contenía en su interior un instrumento musical. Entonces el camarero salió de la barra y cerró con llave el local. Dentro nos quedamos unos cuantos clientes. Todos parecían saber de qué iba el tema, pero yo estaba tan pendiente de la pelirroja que no me hubiera importado quedarme encerrado sin agua ni comida durante el resto de mi vida. Adam sacó un violonchelo, mientras sus ayudantes encendían unos candelabros de plata. Cerraron las ventanas y corrieron las cortinas. Apagaron todas las luces. Solamente las velas de los candelabros iluminaban la estancia. Me sorprendió que nadie preguntara qué narices estaba pasando allí, pero en Irlanda nadie pregunta nada. Adam comenzó a tocar. La música se elevó hasta cubrirnos a todos con su ritmo hipnótico. El camarero preparó una pinta y la dejó en una de las mesas vacías, a escasos tres metros de donde yo me encontraba. Y allí, aparecido, surgió la figura de James Joyce, quien agarró su pinta y bebió un gran sorbo. Se le notaba sediento. Adam seguía tocando, pero cada vez más bajo. Los allí presentes se acercaban y hablaban con el autor de Dublineses. Yo estaba demasiado asustado. Y demasiado borracho.
lunes, 9 de mayo de 2011
BLOOMSDAY
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Que no se molesten los Chipriotas, en especial los seguidores de Kyriakos Charalambides, pero qué razón tienes Marco, Irlanda ha parido grandes escritores y todos los que hemos conseguido terminar el Ulises y nos hemos leído las cartas de Jonathan Harper a su amada Mina,hemos perdido gran parte de nuestra cordura. Me ha encantado.
ResponderEliminarDelirante relato con lección de literatura incluida. Muy bueno, Marco. Yo tengo que confesar que nunca he podido pasar de la pág. 10 del "Ulises".
ResponderEliminarMe quito el sombrero para llamarte maestro. Chapó. Bravo, Bravísimo. Felicidades.
ResponderEliminarLucrecia, a mi me pasaba lo mismo, tras varios intentos, una vez llegué a la página cien y el Ulises se convirtió en mi monte Everest. Me encerré con una libreta para escribir todas las palabras que no entendía, llené 10 hojas y conseguí terminarlo 2 meses después. Es bueno, pero 800 páginas para describir un día de la vida de Leopold Bloom, me parece excesivo.
ResponderEliminarCoincido con Fernando. De vez en cuando es bueno acercarse a los ochomiles de la literatura. No es sencillo escalar un ochomil, pero la vista que divisamos desde su altura es incomparable. En el caso del "Ulises" yo recomiendo una edición que venga acompañada de una guía de lectura. Cualquier ayuda es poca para esta novela (o lo que sea,jajaja). No obstante en la obra de Joyce no es tan importante lo que se dice (efectivamente un día en la vida de Leopold Bloom y sus conciudadanos) como la forma en que se dice.
ResponderEliminarEnhorabuena por ser tan buenos lectores, yo ni lo he intentado. Marco tu relato muy bueno, como siempre.
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