Flaco mira el bowl lleno de Avena cocida un minuto en el microondas, con moras frescas, trocitos de plátano, manzana fuji, pasas y miel. No sabe como empezar a comérselo, pero lo que si sabe es que jamás pondrá sus pezuñas, que poco a poco van mutando a algo parecido a unas manos peludas, encima de un saco de Pedigrí Pal. Todos los comienzos son difíciles, pero este lo es aún más. La transición de perro salchicha a humano es bastante complicada y dolorosa. Primero está la parte física, las patitas cortas, diseñadas de ese modo por siglos de evolución para entrar en madrigueras, se transforman en piernas rechonchas y torpes, las orejas y el hocico decrecen hasta llegar a ser unos apéndices inútiles, los caninos se convierten en pequeños dientecitos que nada pueden desgarrar, la lengua se retrae y casi nunca gotea, el pelo cambia a pelusa, los ojos ya no ven ni de lejos, ni de noche, el olfato es terrible, hueles la mierda cuando ya la has pisado y la atracción por el otro sexo se sofoca como si fueses un monje encerrado en una celda rezando todo el santo día. Oler cuartos traseros ya no es de recibo, para conocer a una persona tienes que establecer contacto primero y los humanos tienen muchas formas de hacerlo y todas giran en torno a la misma idea, la sociabilidad. Lo que no puedes hacer de ninguna de las maneras es abordar a alguien por la calle y olerle el culo, es un método súper fiable, pero no está bien visto.
La parte que peor lleva Flaco en su transformación, es la otra, la que no es física, la que tiene que ver con el instinto. Ya no sabe cuando va a llover hasta que le mojan las primeras gotas, no intuye el peligro de lejos, se mete en la boca del lobo sin poder evitarlo y cuenta con muy pocas opciones de defensa: hablar hasta aburrir o convencer, correr hasta que te cojan, esconderse o gritar hasta que te encierren. Flaco empieza a pensar que el giro que ha dado su vida no es tan emocionante como pensó en un principio.
Saca la vieja Olivetti de Honorio, su amo, ahora su mascota y teclea torpemente:
“Barbapintada no es más que la extensión del espíritu irrealizado de Honorio, su alter ego no satisfecho, un espíritu aventurero de papel y tinta que nunca fue desempolvado”.
¿?... Cela era el nombre del perro de Alfred Drumont... Pero bueno.
ResponderEliminarCorregido está.
ResponderEliminarMe recuerda a "la mosca"
ResponderEliminares verdad Wis, pero esta vez con perros uff Fernando y ahora que hacemos guau, guau.. esto digo que me gusta mucho, guau.
ResponderEliminarSois unos artistas
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