La silla, en la que me
encuentro, perteneció a mi madre y antes a mi abuela. En ella nos hemos sentado
tres generaciones de mujeres para hilar, y tramar palabras. Para transformar
por medio del hilo en las manos, los
deseos, las súplicas y las quimeras, en
realidades y esperanzas. Compartiendo en
este rincón de la lumbre y con nuestras voces, tanto los miedos y frustraciones
como nuestras pequeñas cosas: amores, desengaños, celos; recuerdos de niñez,
promesas de jóvenes. Aquí empecé a amar
y aquí sé que pasaré mis últimas noches. En esta silla se sentará mi hija y en
este cobijo quedarán las huellas, los silencios; las preguntas que no tienen
respuesta y los hilos ovillados, que guardarán los secretos de tantas
cicatrices, de tantas manos, de tantas mujeres.
Cuántos secretos debe guardar esa silla. Muy bien, María Luisa.
ResponderEliminarMuy bonito y entrañable, María Luisa
ResponderEliminarMuy dulce, los objetos que se impregnan de vivencias.
ResponderEliminarQuién no conoce una silla así. Bonita forma de contarlo.
ResponderEliminarEmotivo y bien escrito. Felicidades.
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