El día
que la Guardia Civil la sacó esposada de su casa, los vecinos se congregaron
atónitos ante las puertas del edificio. Al principio eran unos pocos, aquéllos cuyo
sueño ligero se había interrumpido por el estruendo de sirenas y el ajetreado ir
y venir de policías y personal sanitario. Cuando el día empezó a clarear se les
fueron uniendo los que salían del inmueble para acudir al trabajo y se
encontraban ante sí con el inesperado espectáculo. Nadie parecía entender
demasiado, pero no por ello se privaban de dar su opinión. Había incluso quien se
atrevía a mostrar su indignación en voz alta:
- ¡A dónde vamos a
llegar!
- La culpa es de
ustedes —exclamaban los más osados al paso de los agentes—. Llevaba años
maltratándola. ¿Qué iba a hacer si no la pobre chica?
- ¡Qué lástima de
muchacha! –lamentaba en cambio Doña Ascensión, alejada involuntariamente del
gentío por el cordón policial-. Con todo lo que tenía encima, deberíamos
agradecer que no le diera por encender la bombona de butano y hacernos volar a
todos –insistía a sus amigas, todas ellas ya jubiladas y quizá demasiado
proclives a la prensa sensacionalista.
Pero,
a pesar de las protestas, ninguno de los allí presentes había llamado a la policía.
Puede que ya habituados al griterío proveniente del 2ºB decidieran no darle mayor
importancia. O quizás era más fácil dar media vuelta en la cama para intentar
conciliar de nuevo el sueño que enzarzarse en disputas ajenas. El caso es que nadie
pudo presagiar que aquella noche, a las seis de la madrugada, se encontrarían
todos en la puerta del edificio para ver salir maniatada a una de las propietarias,
mientras en el interior la policía judicial levantaba el cadáver de su marido.
De
hecho, la historia se hubiese perdido sin más en el olvido de no ser porque semanas
después apareció en la prensa local y el bloque entero descubrió la peligrosa tendencia
de la detenida a distorsionar la realidad, debido a una grave paranoia. Entonces
la indignación se tornó remordimiento al darse cuenta de que jamás habían
escuchado un golpe, ni tan siquiera una palabra más alta que otra por parte del
supuesto maltratador. Nunca habían visto moratones o signos de vejación en el
cuerpo de la muchacha. Ni siquiera el par de veces que hubieron de alertar a la
autoridad por la contundencia de los improperios que se colaban por el patio de
luces pudieron demostrar nada. Algunos incluso empezaron a recordar aquella vez
que les pareció escuchar al esposo en un vano intento por tranquilizar a la mujer,
animándola con denuedo a tomar la medicación.
Para
Doña Ascensión, en cambio, todo eso poco hacía mudar su perorata:
- ¡Qué lástima de
muchacha! —suspiraba mientras ojeaba el periódico en la cocina—. Con todo lo
que tenía encima, deberíamos agradecer que no le diera por encender la bombona
de butano y hacernos volar a todos.
Un giro inesperado en un tema siempre actual. Ya no sé si se llama violencia de género, o machista, pero se debería considerar el término (que creo se usa) intrafamiliar, abordando la problemática global.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho que le hayas dado un carácter costumbrista de siglo XIX a la violencia de género de tu relato. Tu blog es también muy bueno!! Bienvenida!!
ResponderEliminarLas cosas a veces no son lo que parecen, excelente ilustración de como se puede distorsionar la realidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por tomaros la molestia de leer el texto y comentarlo. Gracias también por la acogida. Me he propuesto leer al menos un post de cada uno para empezar a conoceros, aunque sea a través de vuestra escritura, pero tenéis mucha actividad tanto aquí como en FB y es tarea ardua. ;) Espero ponerme ponto al día e ir descubriendo los entresijos de vuestro trabajo!!!
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