Juan Oller salió de casa de Amanda Abril casi con lo puesto
después de ocho años de intensa relación. No pudo o no quiso parar a recoger
sus cosas, apenas se dio tiempo para llevarse la ropa necesaria para ir a
trabajar el lunes. Si es que podía hacerlo. Había algo muy importante que no
sabía cómo recuperar: ella le había robado el alma y ahora su cuerpo vagaba
impenitente como un figurín sin conciencia, sin moral y sin rostro. Era una
fría percha de madera que sostenía su traje de ejecutivo prepotente y artero.
Cayó de rodillas en el jardín de la casa. Pero ya no pudo volver atrás.
Excelente, Lu. Tus últimos relatos son tan buenos que me das miedo...
ResponderEliminarJajajaj. Muchas gracias, Rafa. Serán las noches de las copas anchas y tintas.
EliminarOpino lo mismo que Rafa , los dos relatos que he leído son buenísmos. Me encanta el adjetivo artero!
ResponderEliminarGracias, Maga. Un abrazo!!!
EliminarDe acuerdo con mis compañeros, muy bueno, Lu!!
ResponderEliminarGracias, Amparo!!!
EliminarAla, qué bien condensado. Derrumbado y vacío. Da gusto leerte¡¡
ResponderEliminarGracias, Asun. Un abrazo!!!
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