Todos en el pueblo le
llaman Damián la noche, pues empieza a
vivir cuando oscurece. Cuentan que vino de un país centroeuropeo, pero pocos
pueden decir que le conocen. Su vocabulario no es demasiado extenso, parece culto, aunque en las madrugadas, al caminar
por las calles solitarias, bebe continuamente
de la botella con aguardiente que él mismo se fabrica, y no para de llorar y
gritar desesperadamente en un idioma que nadie entiende. Con todo, nunca ha
tenido altercados ni problemas. Su aspecto desaliñado no desentona con la
negrura de la noche. Durante el día nunca sale de su cobertizo donde vive o
malvive. Los niños, le han visto a través de la ventana, un motón de jaulas con
pájaros a los que cuida con total dedicación, pero no saben nada más. Tampoco
entienden su presencia en este pueblo perdido en la montaña, ni su forma de
vivir. Sólo él sabe de su tristeza y cobardía al no tener suficiente valor para
suicidarse, que es lo que deseó hacer después de lo ocurrido con su mujer y sus
hijos, en su Bosnia natal. No puede, es incapaz, ama demasiado la vida y se
reconoce cobarde.
María Luisa Pérez
Muy bueno, María Luisa, bienvenida!!!
ResponderEliminarGracias Lucrecia.
EliminarUn placer leerte en este blog, María Luisa.
ResponderEliminarQué triste esta pequeña historia. Gracias por traerla
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCuántos debe de haber en situación parecida y por las mismas causas: la guerra y la ambición. Nos podía haber pasado a nosotros, por ejemplo, lo que sucede actualmente en Ucrania.
ResponderEliminarY de paso decirte, Mª Luisa que está muy bien narrado.