miércoles, 2 de marzo de 2011



Fernando M Lozano
CUENTO DE NAVIDAD


El cielo, gris como siempre, la noche negra, bidones incendiados a lo largo de la calle calientan las manos enguantadas de los mendigos, con ese olor a diesel y humo negro de la goma recauchutada. Un ladrido de perro famélico, el romper de unos cristales, la sirena impertinente de una lechera acercándose.
Los charcos sucios del asfalto levantado reflejan su apatía. Vicente pasea como cada noche de regreso a su cartón, nada es nuevo hoy, nada ha cambiado.
De la esquina de la calle melancolía, sale un borracho cantando canciones incomprensibles en un tono etílico sostenido, Vicente a penas puede esquivarle.
"Comparte el güisqui cabrón".
"Me ha tocado la lotería" logra decir entre hipo e hipo,
"Anda ya, enséñame el billete".
Lo saca arrugado y manchado del bolsillo, 32365.
" Joder es cierto y no sólo un décimo, tres". Vicente echa cuentas mentales a gran velocidad, ya lo ha decidido.
"Pues, habrá que celebrarlo amigo".
"Eso llevo haciendo tooodo el día".
"Esta vez invito yo".
El puente de la M-30, no queda lejos, llegan hasta allí cantando las mismas canciones, abrazados. Vicente da el cambiazo a los billetes. En mitad del puente, se paran.
"¿Crees en santa Claus?".
"Ahora si".
Tardó tres segundos en caer a la autopista.
Un perro ladra alegre recien comido, sonido de cristales tintineando en un brindis, el cielo, azul como siempre, la noche clara, la sirena suena alejándose, los charcos cristalinos reflejan la sonrisa de Vicente.
"Gracias Santa".

Wisquensin Oregón
Mi cruel micro.....


Un perro aúlla en la Gran Vía, el sol se esconde tras unas nubes y los coches se detienen en los semáforos. Parece que el mundo ha detenido sus pasos un segundo para contemplar e ...l espectáculo.
Una lotera se desangra tumbada en la acera. Un hombre corpulento corre y se desploma en su huída hacia las calles estrechas tras robar unos boletos, le ha dado un infarto. Unas niñas ríen al ver caer el cuerpo sin vida de la lotera sobre sus décimos que salen volando por el aire desperdigándose por las calles. La gente no se detiene a mirar qué ha ocurrido, continua cansina por las aceras ignorando la desgracia ajena...
Una sirena aúlla en la Gran Vía, llega una ambulancia....

Lara Hernandez Abellan
NAVIDAD Y BRIGET JONES


Este año hace más frio que el pasado o quizás sea esta chaqueta de polipiel de Hm que no abriga un carajo. Claro que por 19’99 no sé qué esperaba. Tenía que haberme quedado en mi sofá con el Face, allí estaría en la gl oría y no aquí andando sin saber muy bien dónde voy y sin intención de comprar nada. Es que no aprendo, cada año digo lo mismo y siempre termino viniendo.
Las cosas cambian y aunque esto sea una tradición ya no pinto nada en esta plaza rodeada de familias con zambombas y panderetas o lo que es aún peor, de mil parejas felices de las que comen perdices y que sólo hacen recordarme que sólo soy una Briget Jones más sin una pareja que la agarre por la cintura. Y total este mercadillo son los mismos puestos de siempre y encima yo ni pongo el belén. Papá era el encargado de eso y desde que murió nadie ha vuelto a bajarlo del trastero. Nos da una pereza.
 Él sí que disfrutaba con esta noche, con la búsqueda de sus figuritas nuevas y con hacer la dichosa cola de después en Doña Manolita. Papá, sus tradiciones y sus corazonadas con el número que iba a caer. Pobre, creo que sólo le devolvieron el dinero seis veces en toda su vida. Lo suyo no era esa suerte, pero es agradable recordarlo ahora contando aquellas historietas de lo que pensaba hacer con tantísimo dinero.
En el fondo sé que si no viniese me sentiría rara, como si los traicionase, sobre todo a él. Llevo treinta y nueve años de mi vida haciéndolo, sin faltar ni uno. Bueno miento, me lo salte una vez, aquella en que lo utilice de excusa para irme a Cuatro Rosas con Germán. Fue la primera vez que salíamos a tomar algo los dos a solas. ¿Qué habrá sido de Germán? No lo he vuelto a ver desde que acabamos la universidad y mira que estuve loquita por él. Qué digo loca, estuve enamorada hasta las trancas y él de mí… ¿O no?… Sí, él también me quería. Eso se nota, una chica sabe esas cosas… ¡Qué guapo era y qué noche aquella de nuestra escapada! Fue memorable. No pisamos la Plaza Mayor ni hicimos esta cola eterna para comprar el décimo de rigor, pero a mí esa navidad me tocó el gordo. En aquella disco donde sonaban Hombres G me soltaron el mejor beso que me han dado en la vida. Diciembre del 87, han pasado veinticuatro años, ¡casi nada!
Buenas noches, ¿no le quedará ningún 87? Es que he tenido un pálpito y sabe usted, mi padre decía que la lotería le toca a los que tienen corazonadas…

Lucrecia Hoyos
El último premio

Ángel Iniesta se levantó de la cama con dificultad, casi no podía andar, avanzaba a duras penas sujetándose entre los muebles y las paredes que encontraba a su paso. La caída del día anterior había dejado maltrecho su precario cuerpo sostenido por unos huesos carcomidos por el tiempo. Llegó al salón y encendió el televisor, llevaba en el bolsillo de su bata un buen montón de décimos y papeletas de la lotería de Navidad. Se sentó en su magnífico sillón de terciopelo verde, reliquia de sus tiempos de esplendor. Diez años atrás había conseguido un buen pellizco, tres décimos del gordo, nada menos… Una descarga de adrenalina le sacudió con tanta intensidad que le cambió la vida, gastó y gastó sin control, se rodeó de amigos que lo agasajaban constantemente, celebró y volvió a celebrar una y mil veces. Ahora, viejo, cansado, solo y lleno de deudas, acababa de invertir más de la mitad de su pensión en aquel sorteo. Había soñado con ese número repetidas veces durante aquel año, no podía fallar, pero su corazón fatigado emitió el último latido antes de que el sorteo llegara a su fin…

Yolanda Nava Miguelez
REGALO

Frente al soportal que cobija nuestras soledades y silencios, hay un puesto de lotería; la anciana que lo custodia vende sueños por 20 €, demasiado caros para quienes tan sólo poseemos la piel que nos viste y poco más.
Hoy he tenido suerte, la cercanía de la Navidad y mi recién conquistado hueco a la puerta de la catedral, han llenado mi lata con una cifra importante: 21,33 €, me da para comprar un sueño y aún me sobra…, aunque el sonido de mi estómago reclama urgentemente algo caliente; miro a una de mis nuevas compañeras que dormita en el suelo, entre cartones; llegó hace dos días, siempre está callada y sola, le gusta bailar, lo sé porque la otra noche vi cómo sacaba de una bolsa un viejo tul con el que rodeó su cintura, tarareó una cancioncilla y agitó sus brazos en un baile que finalizó entre lágrimas. Me hubiera gustado saborear la sal de su dolor y borrarlo, no sé de donde brota, pero no es justo que su juventud arrastre tantas sombras.
Sus ojos poseen un insondable abismo de abandono y desolación que me conmueve.
Cruzo la calle, le entrego el dinero a la lotera ignorando las protestas de mi estómago vacio y, con el boleto en la mano me acerco a la muchacha, responde al suave roce de mi mano sobre su hombro con una mirada hostil, quién sabe de que meditaciones o sueños la habré sacado.
Coloco el décimo en su mano, en silencio, ese es nuestro lenguaje; interiormente deseo que mi regalo llene de luces sus profundos ojos.

3 comentarios:

  1. Felicidades a todos por vuestros relatos.

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  2. Lara, tu relato me ha encantado, Lara la buena, ha sacado de la memoria una canción de los hombres G y una cita que le ha hecho volver al 87 para comprar un número de lotería con esa terminación. Ójala te toque.

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  3. Yolanda, menudo nivelón tienes amiga.

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