miércoles, 15 de abril de 2015

Reservado hasta las doce

Descolgué el teléfono que estaba en la mesilla.
—Señorita, me comenta el director que le recuerde que debe abandonar la habitación.
—Dígale al director que la habitación está pagada hasta las doce —grité furiosa al recepcionista—. Bueno, no diga nada, ya me voy. Creo que hoy tampoco vendrá.
En la calle había comenzado a llover. Me cobijé debajo del voladizo de un balcón deseando que el chaparrón remitiera. El viento lanzaba la lluvia contra mí, y al cabo de un rato, comprendí que era mejor resguardarme dentro de algún sitio. Frente a mí, se divisaba un pequeño parque. Apenas visible desde donde yo estaba, se erguía una antigua construcción que albergaba una biblioteca.
—Aquí nunca he probado —pensé.
Con el bolso sobre la cabeza a modo de paraguas, esperé a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar la calle. Tomé el empedrado camino que conducía al edificio y corrí para refugiarme dentro de él. Tuve tal extraña suerte, que el tacón de uno de mis zapatos quedó aprisionado entre dos adoquines del suelo.
—Tranquila, yo te ayudo.
El joven encapuchado que había ido en mi auxilio, se agachó y tiró del zapato hasta liberarlo.
—Ya está. Si no te das prisa, acabarás como una sopa ¡Hasta luego!
Salí pitando tras él sin preocuparme ni de los tacones, ni del barro, ni de la falda tubo que apenas me permitía andar.
—Hemos llegado al mismo tiempo —le dije con una sonrisa quitándome la chorreante gabardina mientras él hacía lo mismo con su anorak—. Te debo un favor.
— Pues mira, creo que me vais a quitar el carnet. Tengo un libro que debería haber devuelto hace tiempo.
—Tendrás que pedir otro favor porque yo no trabajo en la biblioteca. Sólo voy a sacar una novela. Suelo ir a menudo. Me gusta mucho leer —mentí.
—Ah. Pues nunca te he visto.
—Yo tampoco te he visto a ti.
—Tal vez haya pasado desapercibido.
—Tal vez yo también haya pasado desapercibida.
—Lo dudo si siempre vas vestida así.
De repente caí en la cuenta que, al igual que todos los días, llevaba desabrochados varios botones de la camisa. Abroché alguno dejando que se siguiera viendo parte del canalillo. Había perdido a un cliente y necesitaba con urgencia sustituirlo por otro.
—Vaya, me lo podías haber dicho antes. ¿Estudias?
—No exactamente, investigo. ¿Y tú?
—Entonces… ¿trabajas?
—Más o menos.
—Pero trabajas de investigador, ¡vamos, que eres un intelectual! ¡Qué interesante! Y, ¿qué investigas?
—Hago estudios sociológicos para analizar los rumbos equivocados de algunas poblaciones y con ello indagar qué se puede hacer para cambiar la situación. Por ejemplo, el último tratado ha sido sobre el hambre en el Tercer Mundo y el gasto descontrolado en armamento.
— ¡Vamos, un nuevo mesías!
—No por Dios, ¡qué barbaridad!
—Bueno, así a priori, es lo que parece. Tal vez si viera tu trabajo podría hacerme una idea más clara.
— ¿Quieres ver lo que hago? ¿Vas a sacar algún libro?
—Sí, me encantaría; y no, olvidé el carnet de la biblioteca. Y tú, ¿vas a dejar el libro?
—Otro día. Te invito a comer en mi casa.
El joven, de quien nunca supe su nombre, vivía en una buhardilla en pleno centro. La casa estaba pulcra y excesivamente ordenada, pero lo que más me llamó la atención fue un misal que descansaba sobre una butaca.
—Léete esto mientras preparo la comida —me sugirió tendiéndome una carpeta que había cogido de la mesa.
—Vale —respondí acercándome a él.
Intenté darle un beso, pero se escabulló con mucha astucia. No le di importancia, los buenos amantes son costosos de lograr, y aquel tenía pinta de ser el amante más caro de todos.
Despareció cerrando la puerta del comedor, como si intentara hacerme comprender que yo gozaba de la más absoluta autonomía para fisgonear lo que quisiera. Fue entonces cuando comprendí lo que intentaba. Me acerqué a la mochila que había dejado apoyada sobre la pared e inspeccioné lo que había dentro. Un plano de Valencia con una cruz marcada sobre un hotel, un panfleto en donde se adjuntaba una dirección web que se llamaba StopProstitución.org y un folio verde encabezado con mi verdadero nombre con una frase que jamás podré olvidar: “Vete y no vuelvas a pecar”.
Abandoné su casa sin encontrar a nadie, y al cabo de una semana, abandoné la ciudad. Hoy, después de muchos años, he tecleado la dirección web de aquella organización, tengo tiempo, la habitación está pagada hasta las doce.

8 comentarios:

  1. ¡Que bueno! nos llevas por un relato que parece extraño y al final queda resuelto de manera magistral.
    Felicitaciones , un abrazo.

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    1. Muchas gracias, soy nueva. Espero que os gusten mis historias

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  2. Me ha parecido un texto muy bueno, como dice Luis. De entrada no se me ocurre ninguna corrección importante. Talvez cambiaría la frase "—Aquí nunca he probado —pensé" (¿qué es lo que nunca ha probado?) y utilizaría "Lee" en lugar de "Léete"

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  3. Pues a mi me ha parecido confuso el espacio-tiempo. El final (han pasado años) está en el hotel marcado en el plano? el encapuchado desaparece sin más?... era un "ángel". Me gustan los finales sorprendentes, pero este creo que se pasa.

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  4. Está muy bien el avanzar datos poco a poco. Pero no tengo claro si los tiempos coinciden como ha de ser en el relato/escena.

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  5. A mí me ha parecido un relato-escena sumamente interesante. Quizás aclararía un poco más la situación final, pero en general está bastante bien.

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  6. Me gusta el ritmo, el misterio te pilla de sorpresa, un ángel o un demonio? pues abandona la ciudad... También destacaría la frase final que cierra el relato de forma circular, dando la sensación de que la protagonista puede volver a pasar por una situación similar. Sólo una cosilla, se queda en suspenso lo que el chico le da a leer.

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  7. Todo correcto e interesante pero al último párrafo le pasa algo raro ¿insinúa que había desaparecido o que no existía? entonces podría decir 'la casa' en lugar de 'su casa'. También, si le da algo para leer podríamos saber qué es y si no es importante no es necesario que le dé nada, podría haberla dejado sola sin más. En general muy bueno.

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