miércoles, 22 de abril de 2015

Esas flores





El sargento Valdez autorizó mi traslado en helicóptero hacia la base más próxima, el vuelo militar desde Irak aterrizaba en Rota y el viaje hasta mi destino hubiera sido tedioso. Nadie me recibiría, hacía tiempo que mi hermana no contestaba mis llamadas.



Una caravana en maniobras partía desde la base hacia la autovía, donde tomaría un autobús. La ciudad se había extendido engullendo pedanías y el trazado era irreconocible, las amplias avenidas limitaban con las parcelas abandonadas, tapizadas de rastrojos cubiertos por minúsculas flores, esas flores…



Cuando me enrolé, la plaza que formaba la calle ciega de casa de mis padres estaba elevada por encima de uno de los últimos caseríos rodeado de cultivos de claveles y rosas, flores, ahora formaba parte de un bulevar. El oscuro sendero que servía de escombrera, era un ajardinado recodo frente a la puerta de la sucursal de un banco.



Desde la perspectiva que me ofrecía el rincón, traté de distinguir mi ventana entre las rectilíneas fachadas; era una mañana de miércoles, el tráfico rodaba tranquilo, a esa hora del mediodía que recuerda las primeras horas de un domingo en una ciudad extraña, cuando se oyen las cacerolas entrechocar en las galerías de un barrio popular y el olor de los guisos te hace añorar tu hogar. Casualmente, me pareció distinguir a mi hermana Elena entrando al portal y me dirigí con paso firme hacia ella. Cargado con el petate y la mochila, por un instante me deslumbró el sol de la mañana que refulgía tras su contorno y me sentí pequeño, como cuando volvía de la escuela con la pesada cartera al hombro y me embargaba la alegría al vislumbrar la familiar figura de mi madre que me esperaba oteando entre las flores. Elena se detuvo antes de empujar la puerta y con la llave en la mano, soltó las bolsas de la otra que cayeron al suelo desparramando las frutas por la acera. De su boca entreabierta no salió bienvenida alguna, sólo un rictus de sorpresa, me apresuré a tranquilizarla: pretendía instalarme en el piso de mamá y ni se enteraría que vivía abajo. En el rellano me dio las llaves y ya no volvimos a coincidir.



Dejé mis cosas en la habitación principal. Sentado en la cama dirigí mis manos hacia el cajón inferior de la cómoda donde encontré la caja en que guardaba mis cartas, como me describió; seguramente mi hermana también las había leído. A ella se lo conté todo, las operaciones encubiertas y las misiones hostiles… el artefacto que colocamos bajo el puesto de flores, la explosión en el mercado junto a la embajada, y los cadáveres calcinados, y las flores, esas flores deshojadas acompañando a los heridos y a los muertos, por todas partes, cadáveres y flores, sangre y gritos, humo y flores, muchas flores.



Me dejé caer en el sofá del salón y encendí la televisión: islamistas radicales entrenados en Siria habían perpetrado varios atentados en el corazón de Europa… Se estaba librando la gran guerra y aquí en occidente, permanecían anestesiados por el fuego cruzado de noticias televisadas. En Oriente Medio se mataba y moría por unas flores, como las que compraría Elena con el dinero que envié para el funeral de mamá, esas flores... y los cascos azules mantenían el antiguo esclavismo en los países pobres, ricos de materias para la anestesia electrónica de las poblaciones del primer mundo, zombis de conexiones, que mandan flores virtuales a los amantes…



***




De nuevo desperté en un luminoso cubículo con los brazos taladrados de agujas y tubos y, sin saber cómo había llegado hasta allí. En ésta ocasión parecía un moderno sanatorio, estaba limpio y olía a aséptico. Entró una enfermera para decirme que tenía visita, indicándome que girara la vista hacia el espacio acristalado de la pared. Mi hermana me contemplaba, ¿era Elena? pero, ¿qué llevaba en la mano junto al bolso? La acompañaba un militar de las fuerzas aéreas… de alto rango, podía ver su interior reptiliano y su lengua viperina tras el perfecto modelo de máscara humanoide. Conversaban entre ellos, siempre sospeché de Elena, bajo su cuidada pose de intelectual, se agazapaba el mismo instinto depredador de los invasores. Mientras leía en sus labios la confirmación de mis sospechas -el teniente y ella hablaban sobre la inminente batalla de flores- agarré con fuerza el brazo de la enfermera impidiendo que abriera la puerta: “deshágase de las flores… esas flores… se extienden de forma inofensiva, infiltrando en el territorio las esporas de las facciones alienígenas ¡Se avecina una gran batalla!¡No sobreviviremos!¡¡¡Llévense esas flores…!!!”

2 comentarios:

  1. No se entiende bien, me parece. Demasiadas historias en el mismo relato.

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  2. Sólo hay una historia... tal vez, el inicio ahora que lo releeo esté poco claro, y habría que suprimir algunas de las reflexiones del protagonista, ¡y eso que le quité 200 palabras! Gracias.

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