Están fabulando. Todas
saben de los amores prohibidos y callan. Todas por lo bajo murmuran, pero
siguen con su faena de hilar, cantar y rezar. Así ocupan sus horas de invierno
entre chismes, fantasías y malos presagios. Conocen los engaños, las citas,
pero callan. No va con ellas. Lo suyo es
hilar. Y lo hacen con la delicadeza de sus manos y las ocurrentes palabrerías,
que no por calladas en muchas ocasiones se desconocen, pero siguen y siguen con
sus chanzas, sus ocurrencias, sus
chismorreos. Y continúan hilando. Una tarde, Rosario no llega. Nadie la
ha visto desde mucho. Se la busca. En el prado cubierto de nieve. En el rio que
baja fragoso. En las cuadras entre el ganado. No se la encuentra. Se la llama.
A gritos.
Pero no acude.
Se presiente lo peor en este microrrelato. Muy bien, Mª Luisa.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho!
ResponderEliminarMe gusta. A mí me ha dado otra sensación que a Lucrecia. Me da la sensación que Rosario ha huído en busca de algo mejor. No toda huida es cobarde, este relato lo demuestra -al menos según mi interpretación personal.
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