Sentada, en su cómoda reposera de jardín, bajo el tibio sol
de final de primavera, dejaba partes de
su descubierto cuerpo abrazarse con el calor del mismo.
Mientras, entre sus manos, reposando por su vientre, el libro abierto y a través de sus páginas
la novela surgía.
Sumergida en él, brotaban, plenas de amores, pasiones, imaginarias vidas como sonidos de una melodía. Vidas, que le permitían volar y recrear.
Experimentaba una tenue y ascendente excitación.
Las 600 páginas, no representaban peso alguno, entre sus
piernas y el vientre.
Al contrario, las disfrutaba.
En cada capítulo se
incrementaban las sensaciones,
transformadas en cosquilleos. Por la brisa o las descripciones de las
letras absorbidas, sus dedos, con delicadeza, también desplazaban las hojas.
Su piel, erizada,
iba consumiendo placer. Cuando la
satisfacción llegó, trajo consigo un dejarse hacer, soñando y bajo el sol
durmió.
A unos metros desde la ventana del estudio en los pisos
superiores del chalet, la observaba su
pareja. Ambos supuestamente compartían momentos de complicidad, respeto e
integración en la mutua convivencia.
El sentir se
transformó en tangible, material, concreto. Saberse correspondido, pesaba como
duda.
¿Qué hacía, que 600 páginas de papel, fuesen el sustituto
de cálidas caricias compartidas,
desaparecidas ya en el ayer?
¿Qué hacía, el que ya
no esté, el uno junto al otro, por caminos de vida y muerte. Ambos marcados por
el no existir, en el futuro cierto?
Caminos que dejan escapar, las caricias, los abrazos, los
pequeños y grandes besos.
Juegos todos en la
dinámica propia del sentir y la pasión. Juegos que también erizan la piel,
calientan labios, generan fuego y funden
a más, en uno.
¿Qué hacía, el renunciar a todo ello, por 600 páginas… cuya
existencia, una biblioteca podría custodiar
cada invierno una y otra vez?
Era el renunciar a la realidad de la piel, del tacto, en
nombre de lo abstracto.
No lo comprendía, no lo entendía, o se negaba a comprender,
espaciando un poco más, un poquito más, su distancia.
Mientras la observaba, sentía cómo la brisa, no solo erizaba
la piel de ella, sino que parecía
desplazar la barca de un muelle.
Desatracarse, tras un soplo.
Barca que cargada con
libros, se habría olvidado de su simple
destino como barca: amarrar aunque por un breve tiempo.
A la deriva, solo a la deriva era una barca plena de libros
y nada más.
Suspiró, giro la cabeza, imaginó otra barca, ésta, plena de
pantallas, con partidos deportivos, emitidos
todos al mismo tiempo. No percibió diferencia alguna. Y en silencio, se alejó
del ventanal.
Adjetivos antepuestos, rima interna y muchas repeticiones hacen que el texto sea muy farragoso
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que este texto necesita una buena revisión. Eliminar adjetivos, escuchar cómo suena. Aligerar un poco la historia para acercarla más al lector.
ResponderEliminarLas frases están construidas sin coherencia y aunque quiere tener sentido, no lo consigue en absoluto. Necesita, creo, una buena revisión.
ResponderEliminarPodría haber sido un buen relato por lo que 'esconde' o se intuye, pero no se deja leer. Tal vez esté escrito en otro ritmo, en otro país que no sea España y allí las cadencias de la lectura sean diferentes. Pero me ha gustado. El final no tiene porqué ser una comparación con las pantallas, me ha sacado de golpe de un estado atemporal, yo hubiera recurrido a algo más íntimo o carnal ya que la barca lleva el material adecuado en forma de libros.
ResponderEliminarPor mi parte sólo destacar que cambiaría 600 por la palabra escrita (me hace pensar en el modelo de automóvil, famoso aquí). Luego decir que al igual que con otro de los textos, me imagino quién lo ha escrito (es inconfundible el estilo) y, como hablábamos hace poco, es una de las tareas del escritor, mantenerse fiel a él una vez encontrado. Dentro de este estilo tuyo, sí creo que hay algunas frases a aclarar, sintetizar o pulir. Igualmente, en el final creo que se diluye un tanto la atención, tal vez, como comentan, se intuye (aunque de forma imprecisa) lo no dicho más que lo que se expresa.
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