© Constanze Kratzsch, Germany
Hoy es jueves
3 de junio de 1971. Me llamo Ralph Carroll, pero en los rings me conocían como La Bestia Carroll. Y no andaban desencaminados
quienes eligieron ese apelativo. Porque al final, la bestia que llevaba dentro surgió
aquel maldito 18 de octubre de 1954 en el que maté a un hombre en el Legion
Stadium de Hollywood.
Yo tenía
veinticinco años. Ray Crawford, de San Diego, solo treinta y tres. Casado y con
dos hijos, estaba a punto de retirarse. Me ensañé con él sin ser necesario, ya le
había derribado en tres ocasiones. El
combate estaba ganado y Bobby me rogó en la esquina que tuviese compasión. Pero
desatendí las instrucciones de mi preparador. No sé cuál pudo ser la razón, no
intentaré justificarlo argumentando que Ray me recordaba mucho a un blanquito llamado
Eddie, algo mayor que yo, que cuando éramos críos puteaba constantemente
a nuestra pandilla en las sucias calles de un suburbio de Filadelfia.
Tampoco culparé al entrenador de Ray, que pudo lanzar la toalla y no lo
hizo, o al referí que no detuvo la pelea a tiempo de salvarle la vida. Porque
el que acabó con ella fui yo, con aquel golpe definitivo que me ha atormentado
desde entonces, con el que he soñado de noche y de día durante casi diecisiete
años.
No alcancé
la redención al retirarme completamente de la práctica de ese mal denominado
deporte. No alcancé la redención cuando fui ordenado pastor de la iglesia baptista.
No alcancé la redención por permanecer cinco años en África ayudando a los
necesitados. Pero hoy soy feliz, porque el día de mi redención ha llegado.
Quiero que después de que me vuele la cabeza aquí, en el hall del Hospital de
la Universidad de California, extraigan mi corazón y se lo implanten a Andrew
Crawford, el primogénito de Ray que está ingresado en el centro y necesita perentoriamente
un trasplante para sobrevivir.
Rafa Sastre
Entrañable, Rafa, esa culpa que persiste y que no le deja vivir.
ResponderEliminarMuy buen texto, Rafa. Duro y al tiempo cargado de sensibilidad.
ResponderEliminarCoincido con Lu y Nelo.
ResponderEliminarExcelente relato amigo, cargado de drama. Una culpa que ni la bala calmará...
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buen texto, Rafa, y ambientado de una forma magistral.
ResponderEliminarMe gusta, muy buen relato
ResponderEliminarImpactante, me ha dejado con el corazón en un puño. Fantástico relato.
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