jueves, 27 de noviembre de 2014

Una hora

Sólo una hora. El eterno deseo del que se vuelve loco mirando el reloj para llegar a tiempo a cumplir los antojos de otros; la rutina, las obligaciones, los compromisos, el mundo entero espera.
Insaciables, constantes y miserables no paran nunca de reclamar, de insistir, de pedir y sentenciar a vivir minuto tras minuto atendiendo tareas, agentes exógenos a la persona. ¡Quiero vivir también para mí! Egoísmo puro, malsana extroversión de lo individualista. Solo hay odio y más odio cuando una persona decide pasar de largo de las obligaciones que coartan su libertad individual en momentos clave de su desarrollo sicológico, es decir, siempre.

¿Y ya pasó media hora? La insistencia del mundo detrás del reloj le vuelve loco, le sentencia otra vez. Ahora el tribunal de recursos, el supremo, la santísima inquisición social y familiar detrás del reloj contando los minutos, los segundos y milisegundos que egoístamente ha dejado de compartir, de revertir, de entregar y pagar como tributo al don de la vida que le acompaña desde que nació... ¡Me quiero morir, llego tarde! La astucia, la estupidez y el desenfado de un ignoto ser que pensó que el tiempo era suyo, que una hora no era nada, que engañar al mundo tomándose una horita de descanso no iba a cambiar el espacio tiempo, que una simple hora suya en el tiempo del mundo no iba a hacer estragos. Pensó que si un ser ínfimo como él se daba cuenta de su libre disposición del tiempo no podía parar y desestabilizar un sistema que ha llevado siglos establecer.

¡Imbécil!

Una hora, sólo una hora y siete mil millones de horas en una hora detendrían el mundo si cada uno de estos imbéciles decidiera pasar por sólo sesenta minutos de sus rutinas, sus obligaciones y compromisos. ¡El mundo no está hecho para que seas libre! El reloj dignifica a las personas que quieren el bien común, las hace ordenadas y corresponsales del todo en el que viven, les muestra con toda claridad su responsabilidad para con la sociedad. Una persona sin reloj es un rebelde que deja pasar las horas haciendo que otros hagan por el mundo lo que él deja de hacer. Una persona sin reloj es un antisocial que sólo quiere vivir de los demás aprovechando egoísta su tiempo sin saber que así se desprecia a sí mismo como ser humano insolidario...
***
Eran las diez de la mañana de un jueves —un jueves que no era festivo— y subía la sangre a su cabeza poco a poco después de levantarse muy lentamente de la cama. Las sábanas enredadas y una tenue luz entrando por el lateral de la persiana mal cerrada le hacían sonreír.
"Noches cortas, mañanas largas" pensó para sí y al ver el reloj caído en el suelo camino al baño tuvo la intención de agacharse, de mirar la hora y ponérselo, pensar qué es lo que tocaba después y cómo iba a ser el día dependiendo de, pensando en, haciendo lo que, quedando cuando, esperando a que, corriendo para... Vino a su mente la larga pesadilla de aquella noche, el sentimiento de culpa y la vergüenza de reconocerlo, la presión del mundo cayendo sobre sus hombros, la necesidad, la profunda necesidad de salir corriendo y gritar y vivir y saltar y…

Le pegó un patadón al reloj que lo hizo volar por los aires.


Voló describiendo una parábola perfecta desde dos metros antes de la entrada al baño hasta justo el agujero del inodoro.

Se hundió por su peso, aunque no era muy pesado en materiales sí lo era en sentido simbólico. Se hundió y su dueño fue a verlo. Desde metro y poco y parcialmente cubierto por vaya uno a saber qué, estaba ahí. Podría haberlo rescatado, podría haber reflexionado y darse cuenta de que llegaría tarde a, de que tendría que explicar que, de que bla bla y ja ja ja ja. Comenzó a reír como un loco, un desquiciado que acaba de matar a su peor enemigo, que acaba de vengar a su hermano pequeño. Y no era un desquiciado, ese pequeño hombre acababa de romper las cadenas de su vida y con el sonido del agua girando en espiral y tragándolo todo, con el sonido de la cisterna llenándose otra vez, con el vacío blanco del sello de agua ese hombre empezaba una nueva vida.

Había un sol hermoso aunque hiciera frío. Ahora podía visitar a sus amigos, comer una buena pizza cuando le diera hambre y pasear y crear y fantasear y amar y volar. Ahora tenía todo el tiempo del mundo.

Pernando Gaztelu

2 comentarios:

  1. Te leía y no alcanzaba a comprender, ¿era delirio? ¿frustración quizás?
    Pero no, solo era la dureza que la vida deja y no se quiere marchar, el agua se lleva la pena y volvemos a sonreír, aliviados sin el peso que supimos deglutir.
    Muy bueno Fer, muy sutil.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Es lo que todos quisiéramos hacer en algún momento: olvidarnos de los relojes y de las obligaciones pero estamos atrapados sin remedio, solo la literatura puede redimirnos, en ella somos libres. Me gusta tu relato, Pernando.

    ResponderEliminar