Un miedo irracional la invadía cada
vez que tomaba el metro, así que procuraba evitarlo. Aquel submundo en las
entrañas de la tierra poseía una red urbana de pasadizos, galerías, pisos
y niveles que constituía por sí solo otra entidad paralela a la exterior. Cualquier
día se derrumbaría todo ese entramado y quedarían atrapados en
él. Fantaseaba con su claustrofobia. Sin embargo hoy, la atmósfera del vagón era diferente, como salada y marina. Daba gusto respirar profundamente sin inspirar ese tufo tan
característico de los metropolitanos. Parecía el aire de los paseos junto a la playa,
sentía los pies frescos y una suave brisa allende los mares envolvió a los extrañados y curiosos pasajeros.
Decidió aprovechar el viaje. Se quitó la ropa, los zapatos y se dedicó, sencillamente, a disfrutarlo.
Ojalá me pasara lo mismo al subir al metro! Muy bien expresadas las sensaciones, me hizo olvidar ese característico tufillo.
ResponderEliminarDime, Maga, ¿qué fuma tu protagonista? Me ha gustado sea lo que sea.
ResponderEliminarTHC de sus macetas.
EliminarEsa sensación claustrofóbica la siento yo a menudo. Para eso siempre están mis lecturas. Ojalá mis viajes en metro fuesen como los de tu protagonista.
ResponderEliminarNo soy claustrofóbico, pero nunca me ha gustado el Metro y creo que seguiría sin gustarme aunque me evocara el Mediterráneo (que amo, por cierto). Lo que sí me gusta y mucho es tu relato, Malén. Muy difícil inspirarse en una foto tan "rarita".
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