sábado, 15 de junio de 2013

EL MISTERIO DEL SOBRE AZUL


                                       



Después de una de tantas aburridas fiestas de sociedad, Mónica se tumbó en el sofá y encendió un cigarrillo. Su conserje le había entregado una carta y decidió leerla de forma relajada. Había llegado encerrada en un sobre azul sin remitente y este detalle disparó su curiosidad.
El misterioso emisario había preferido escribir a mano en lugar de utilizar cualquier herramienta tecnológica. Este dato ya indicaba que el asunto era de una extremada delicadeza.
En ella se podía leer lo siguiente:
Mi muy querida hermana (ella siempre había pensado que era hija única). Sé que cuando leas estas letras, no darás ningún crédito a lo que te voy a referir.  He sufrido largas noches de insomnio  pensando si tenía el derecho de compartir contigo lo que llevo callando durante tantos años. Me llamo Daniel y tengo treinta y nueve años, sí, los mismos que tú tienes. Cuando me río, se marcan en mis mejillas los mismos hoyuelos que a ti. Yo no soy famoso como tú, estoy en el paro y vivo con mi madre, perdón, nuestra madre en un pisito de Marchalenes. Ella me contó, siendo muy pequeño, que el parto había sido doble y que mi hermana, es decir, tú, no habías podido sobrevivir debido a tu escaso peso y tamaño, pero yo sé que no te olvidaba. La escuchaba llorar por las noches y susurrar que ella había oído el llanto de dos criaturas y el tiempo y mis investigaciones me han conducido a pensar que no estaba equivocada.
Nacimos en el hospital de la Virgen del Consuelo y, gracias a mis dotes de sutil persuasión, conseguí que una guapa enfermera accediera a los ficheros del mes de noviembre del año 1974. Allí constaba tu nacimiento y también tu muerte, pero eso no me detuvo y me fui al cementerio del Cabañal donde figuraba que estabas enterrada. Nuestra madre me acompañó y tan solo desenterramos un pequeño ataúd vacío.
Desde que tu imagen es portada de periódicos y revistas del corazón, no he dejado de pensar en lo mucho que te pareces a ella y, cuanto más tiempo pasa, el parecido se va acentuando. Los mismos ojos azules, los labios carnosos y esa mirada siempre triste a pesar de tu imperturbable sonrisa; compartís el mismo talle fino y elegante que hace que mamá, a pesar de no vestir marcas italianas, parezca una reina cuando viene cargada del mercado.
Sabemos que tus padres adoptivos fallecieron dejándote una gran fortuna, también sabemos que tienes dos hijos preciosos y que ellos serán tus herederos, como debe ser. Pero conocemos lo infelices que han sido tus relaciones sentimentales y que, en el fondo, puedes sentirte sola en algún momento y eso me ha llevado a escribirte. Mira con detenimiento la fotografía que acompaña a este escrito y, si en ella ves algo que te haga dudar de tu verdadera procedencia, te recibiremos con los brazos abiertos.
Tu familia

Mónica se levantó de un  salto y fue derecha al mueble bar a prepararse un güisqui. En la fotografía podía verse a un hombre joven y una mujer de mayor edad. Él la rodeaba con su brazo por los hombros. Ambos sonreían y los hoyuelos alegraban aún más sus afables rostros. Corrió al espejo y trató de esbozar una sonrisa, contempló la marca en forma de corazón en el dorso de su mano y observó la misma marca en la mano del joven. Su forzada sonrisa, sin saber porqué se acrecentó y un soplo de esperanza hizo que sus ojos azules se llenaran de lágrimas de felicidad*

*Basado en hechos reales


4 comentarios:

  1. Impresionante, Amparo. Un relato que conmueve, más todavía cuando revelas, al final, que está basado en vivencias reales. Un abrazo.

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  2. Muy conmovedora, Amparo, no pares, sigue, sigue!!

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  3. Esta historia me suena. Muy bien contada, Amparo.

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