martes, 2 de junio de 2015

RENACER



Te fuiste dejándome un vacío en el pecho, la mirada perdida, el alma rota. Donde antes había palabras ahora sólo queda silencio. Un silencio absurdo que me golpea la sien. Huele a derrota, a musa perdida, a ausencia.
Se esfumaron contigo el deseo, la pasión, el anhelo. No fuimos un alma dividida entre dos cuerpos. Ni siquiera un ser dual que habitó en idéntica materia. No fuimos. Fuiste tú y fui yo. Ahora lo entiendo. Quizás compartimos tiempo, tal vez espacio, pero nunca fuimos.
Y sólo puedo abandonarme a este sentimiento, a esta no existencia que me impide seguir creando, seguir inventando, seguir siendo: una página en blanco sin letra que la reinvente.
No queda espacio para la tristeza. No hay consuelo. Porque la soledad no es añorarte. La soledad es haber perdido la capacidad de echar de menos, haber olvidado quién soy para desear ser quien pude haber sido.
Pero el cambio es inútil. No se puede deshacer lo vivido. Estoy dispuesto a sangrar sin torniquete, a desvanecerme, a evaporarme. Hincar la rodilla en el suelo y arrancarme el corazón marchito. Morir para renacer y seguir viviendo. Una vida sin ti. Sin tu recuerdo. Sin tu veneno. Sin tu olor tatuado bajo mi piel. Sin tus reproches grabados en tinta y papel.
Sanan las heridas. Se acortan las distancias. Me alejo o me acerco a tu mundo. Noto cómo menguo, de qué modo la sangre se detiene y se para el tiempo. Ya no hay recuerdo en mi voz. Se ha borrado el aliento que dibujó tu nombre en el cristal. Cierro los ojos. Retengo el momento. Y en ese último instante, ningún pensamiento. El vacío. El silencio. La nada. 
Al fin lo he logrado: dejar de ser para volver a ser yo mismo. 
No ser nada… para volver a serlo todo.





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