Anoche soñé que estaba escribiendo un
extraño relato. Me desperté muy agitada a las tres de la madrugada y ya no pude
volver a conciliar el sueño. Me levanté, tomé nota de los detalles más importante para no olvidarlos y me tumbé
en la cama hasta que sonó el
despertador. La historia se desarrollaba en la ciudad de Valencia. En ella yo
regentaba un restaurante que se llamaba La Cenia y estaba situado en la calle
Peso de la harina, muy cerca del Almudín. Transcurrían los años ochenta. Al
restaurante, pequeño y acogedor, acudía diariamente lo más granado de la
ciudad: políticos, intelectuales,
músicos, actores y gente de a pie.
Pero, para mi desgracia, no fueron solo
personas la que dieron en frecuentar el local. Hubo una familia (numerosa) de
ratas que lo encontró encantador y se instaló allí al calor y el olor de los
exquisitos guisos que salían de la cocina.
La cocina solo estaba separada del comedor
por una pequeña barra. Aparecía yo en el sueño atenta a los fogones con el
comedor lleno de gente, cuando vi una rata enorme paseándose por la cornisa de
la chimenea. Tuve que contener un grito desgarrado que seguro habría proferido
en cualquier otra circunstancia, pero era impensable en la situación en la que
me hallaba y los nervios, afortunadamente, me respondieron bien; de acero diría
yo que fueron en aquel momento.
Enseguida llamamos a una empresa encargada
del exterminio de los roedores y acudieron prestos a poner veneno en lugares
estratégicos. Su papel llegaba solo hasta ahí. Las ratas cayeron como moscas
pero morían en los lugares más insospechados. Por la mañana cuando abríamos las
puertas había un hedor a muerte insoportable y teníamos que dejar todas las
ventanas abiertas y empezar a buscar a las desgraciadas. Todas las trabajadoras
éramos mujeres con la excepción de un joven gay que demostró tener suficientes
redaños para encargarse de sacar los cadáveres y depositarlos en el contenedor
de basura más cercano. Así conseguimos acabar con aquella terrible invasión.
Bueno, no sé si del todo. Creo que alguna de las ratas consiguió engañarnos a
todos, se disfrazó de cliente y ocupó varias veces una Consellería, cambiándose
de chaqueta según los resultados de las elecciones. Lo último que supe de ella,
no hace de esto mucho tiempo, es que se había quedado con la partida de dinero
público destinada a paliar la catástrofe de Haití. Así se acababa la historia
en mi sueño. Solo espero que si en el
mundo real existe una alimaña de esta ralea, encuentre pronto su veneno.
Una historia que ya conocía pero que sigue siendo agradable releer. Sobre todo después de las últimas noticias. Un abrazo, Lu.
ResponderEliminarAy, las ratas... Ya os diré yo de ratas el sábado en Torrevieja, ay... Muy buen relato Lu. Muy bueno y muy acertado en el planteamiento. Enhorabuena!
ResponderEliminarEs lo que tienen los sueños, que nunca mienten
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